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Actualizado: 4 de junio de 2025


Se dice, el indio es esto y aquello y principalmente desagradecido, á lo que contestamos nosotros, que si bien se ven entre ellos pruebas de olvido cosa que por otra parte, y dicho sea de paso, no es de extrañar, dado el estado de la humanidad también podríamos citar hechos concretos, de que si hay indios que olvidan, también los hay que recuerdan y agradecen.

Cuando se deja arrastrar de esa inclinación, sólo engendra monstruos que recuerdan los sueños de un calenturiento, y las excentricidades más desatinadas en sus creaciones, faltando á la naturalidad y mostrándose alambicado y sutil en el trazado de los caracteres y en la expresión de los afectos.

Con su novela Los cuatro ochavos viene ahora a colocarse, sin duda, entre los mejores y más originales novelistas de toda España. La historia que nos cuenta está inmediatamente tomada de la realidad. Todo en ella, más que de ficción, tiene trazas de fiel trasunto de cosas que se han presenciado; no de nada que se inventa, sino de sucesos y de personas que se recuerdan.

Sus manos le recuerdan cierto exiguo jardín en torno de una «villa» diminuta, con cinco árboles, doce rosales y unos cuarenta arbustos más, que conoce uno por uno, dándoles nombres propios, cuidándolos y regándolos fervorosamente hasta encallecer sus dedos. El militar también marcha como un hombre de campo, mirando á todos lados curiosamente.

Dorrego y Rosas están en presencia el uno del otro, observándose y amenazándose. Todos los del círculo de Dorrego recuerdan su frase favorita: «¡El gaucho pícaro!» «Que siga enredando decía , y el día menos pensado lo fusilo.» ¡Así decían también los Ocampo cuando sentían sobre su hombro la robusta garra de Quiroga!

La lava esparcida sobre un terreno nos hace conocer la existencia pasada de un volcan que no hemos visto; las conchas encontradas en la cumbre de un monte nos recuerdan la elevacion de las aguas, indicándonos una catástrofe que no hemos presenciado; ciertos trabajos subterráneos nos muestran que en tiempos anteriores se benefició allí una mina; las ruinas de las antiguas ciudades nos señalan la morada de hombres que no hemos conocido.

Al glosar así su dicha, quitábase Miranda el sombrero y buscaba en los bolsillos del sobretodo la gorrilla de viaje roja y negra a cuarterones. Hay movimientos que por instinto nos recuerdan otros, cuando los ejecutamos. El antebrazo de Miranda, al descender, notó un vacío, la falta de algo que antes le estorbaba.

Por el lado de la población y de sus calles llenas de polvo, las altas murallas coronadas de almenas y agujereadas de trecho en trecho por algunas angostas aberturas, presentan un aspecto terrible; pero cuando se ha penetrado en el recinto y se han pasado las bóvedas, los corredores y las arcadas, se nos presenta el jardín rodeado de elegantes columnas que recuerdan los esbeltos troncos de las palmeras.

En 1850 un incendio redujo á cenizas su techo que era de basag ó sean cañas partidas, originando esto el que se trasladara el culto á la actual iglesia que en aquella fecha estaba próxima á terminarse bajo la dirección del Padre Martín Martínez. En 1811 sufrió Libog como todos los demás pueblos del partido el más fuerte de los terremotos que recuerdan los anales de aquella provincia.

Los brazos de soberana blancura escapábanse de los embudos de seda de una túnica japonesa cruzada sobre el pecho, la cual dejaba al descubierto el arranque del cuello adorable, ligeramente ambarino, con las dos rayas que recuerdan el collar de la madre Venus.

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