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Hombre por hombre, con iguales armas, son tan buenos soldados como los mejores de Inglaterra y de toda la cristiandad. ¿Y qué nos decís de los franceses? Son también combatientes de gran pujanza. Nuestras armas han sido muy afortunadas en Francia, mas no por eso hay que tener en menos á sus soldados.

Trabajando mucho, prescindiendo de la influencia y riqueza de sus padres, verdaderamente obstinado en deberlo todo a su propio esfuerzo, se hizo hombre y comenzó a labrarse la reputación, logrando verla consolidada en pocos años con algunos buenos escritos referentes a su facultad, y gracias a unas cuantas curas y operaciones tan sabias como afortunadas.

Gallardo toreó, mató, fue volteado por un toro, sin sufrir heridas, y tuvo al público en continua angustia con sus audacias, que las más de las veces resultaron afortunadas, provocando colosales berridos de entusiasmo. Ciertos aficionados respetables en sus decisiones sonreían complacidos. Aún le faltaba mucho que aprender, pero tenía corazón y buen deseo, que es lo importante.

La copiosa literatura a que Sarmiento ha dado lugar es tan extensa, que no podríamos mencionarla en este lugar. ICONOGRAFÍA. El retrato que acompaña este volumen, es el de cuando escribió el Facundo. Es el Facundo, de Sarmiento, la obra más famosa en la abundante bibliografía de su autor, y, según es notorio, una de las más afortunadas en la bibliografía nacional.

Hay en el lenguaje vulgar frases afortunadas que nacen en buena hora y que se derraman por toda una nación, así como se propagan hasta los términos de un estanque las ondas producidas por la caída de una piedra en medio del agua.

Varias cargas afortunadas y dos heridas más «de suerte» le dieron algún renombre. Al terminar la guerra contaba con numerosos amigos entre la oficialidad noble, y fué presentado con los salones más aristocráticos. Una noche, en el baile de una gran duquesa, vió de cerca á la mujer de moda, á la joven que más daba que hablar en aquel invierno á las gentes de la corte: la princesa Lubimoff.

Seguramente los que aplaudieron las magnificencias de pensamiento y de forma que resplandecen en «Rosas de otoño», «La princesa Bebé», y «La noche del sábado», no recuerdan ese dramita que representado dura media hora apenas, y es, no obstante su brevedad, una de sus creaciones más afortunadas y memorables del extraordinario dramaturgo. «La casa de la dicha» tiene una simplicidad ibseniana.

En las épocas afortunadas, las naciones aplauden espontáneamente sólo lo bello, y las obras dramáticas, de acuerdo en todo con el espíritu del pueblo, crean sólo lo grande y lo verdadero; pero en periodos de decadencia y de corrupción, es deber de todos aquéllos, que desde el teatro pueden influir en el bien de su patria, decantar los elementos más puros, que bullen en la sociedad, descartándolos y limpiándolos de las excrecencias que los afean.

Una vez viuda, o poco menos, había venido a París donde vivió modestamente hasta la muerte de su padre. Una herencia más considerable de lo que ella esperaba la había permitido montar su casa con cierto lujo. Algunas especulaciones afortunadas habían aumentado su capital; era rica, pero se aburría. A los treinta años se soporta de mala gana la soledad.

Sus ricas prodigalidades no podrían pertenecer al hombre que se ha dejado degradar de la dignidad de su especie y que ha traficado cobardemente con su independencia. ¡Y cuán profundamente se siente humillada el alma generosa que ha comprometido todas sus fuerzas en este contrato, cuando conoce el precio de su sacrificio, cuando se encuentra subyugada por el audaz ascendiente de esos insolentes dominadores, y cuando compara la presente con esas edades afortunadas de la juventud del mundo en que las sociedades circunscritas en los estrechos límites de las familias no reconocían otros poderes que los que le habían sido conferidos por la Divinidad, ni otro jefe que el que recibían de la naturaleza!