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El buen Mateo Gil, soldado viejo, Con esfuerzo y valor de Trugillano; Nacido en el lugar de Xarahicejo, Andaba por el campo muy lozano. Parécele que mata algun conejo, Matando algun soldado Zapicano, Y así tan gran estrago va haciendo, Que las yerbas del campo va tiñendo. Hernan Ruiz pelea sin pereza, De Córdova heredando la osadia: Acá y allá acude con destreza, Con ánimo y esfuerzo y valentia.

Una noche, después de haber trabajado hasta muy tarde, a la luz del candil, soñó que aderezaba la saya para sus bodas espirituales, bordando sobre briscada estofa los Nueve Coros angélicos y los símbolos de la Trinidad y de la Santa Eucaristía. De pronto parécele que la quitan la aguja de las manos.

Parécele á Al-hakem que las fuentes del patio de las abluciones no corresponden á la grandiosidad de la mezquita, y manda colocar en él cuatro magníficas pilas de una sola pieza, dos para las mugeres á la parte de oriente, y dos mayores para los hombres á occidente; pero quiere que estas pilas mayores asombren por su tamaño y vengan labradas de la misma cantera de la sierra.

Aun en las noches más obscuras sus pupilas reconocen las corolas mejor abiertas, y parécele que todas claman hacia ella con místicas voces, anhelosas de morir sobre la pureza de los altares. Hacia un ángulo del huerto, la puertecita de encalada celda recorta en la obscuridad el dorado resplandor de un candil encendido.

El espectador observa con asombro su propia sombra reproducida en el lago de vapor, algunas veces con gigantescas proporciones. Parécele ver un monstruo espectoral, al cual hace mover á su gusto, inclinándose, andando, moviendo los brazos.

Por la noche, cuando pasa al lado del sitio en que los tragó la enorme masa, parécele que la montaña, de la cual se desprendió el alud, le mira de mala manera, y entonces apresura el paso para huir del lugar siniestro. También algunas veces los restos del derrumbamiento le recuerdan la inesperada salvación de un compañero.

Parécele escuchar el estrépito de su casa que se derrumba, la casa Esteven y Compañía, y no quiere darse vuelta, de temor de no poder soportar el espectáculo de la catástrofe. La luz roja llega y míster Robert sube al tranvía.

La Reina luterana, como vido El valor de Candish y su ventura, Y el Diablo que tambien su tela ha urdido, Despachan á Candish, el cual procura De la ocasion ya ser favorecido: Parécele gozar la coyuntura. Salió de Inglaterra con pujanza; Diré lo que sucede en otra estanza.