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Y por ser ésta la verdad, digo que si muero en este reino y amparo desta corona, ha sido á más no poder, y por la necesidad en que me ha puesto la violencia de mis trabajos, asegurando al mundo toda esta verdad, y suplicando á mi Rey y señor natural que con su gran clemencia y piedad se acuerde de los servicios hechos por mi padre á la Majestad del suyo y á la de su abuelo, para que por ellos merezcan mi mujer é hijos, huérfanos y desamparados, que se les haga alguna merced, y que éstos, afligidos y miserables, no pierdan, por haber acabado su padre en reinos extraños, la gracia y favor que merecen por fieles y leales vasallos, á los cuales mando que vivan y mueran en la ley de tales.

Yo estoy seguro, señores dijo el orador visiblemente conmovido, de que el individuo que ha gritado no es vecino de Sarrió, no ha nacido en Sarrió, ¡no puede ser de Sarrió! Habiendo murmurado uno que el interruptor era de Nieva, se armó en el teatro terrible confusión y estruendo. Un grito formidable de: ¡Mueran los mazaricos! ¡Viva Sarrió! se eleva de todas partes.

Además, conocía desde su niñez el poder de una pluma de caburé. ¡Viva el partido blanco! ¡Abajo Sepúlveda! ¡Mueran los colorados! Era el refuerzo enemigo que llegaba. Sonaron nuevos tiros en el fondo de las calles. Pasada la primera sorpresa, acudían las otras fuerzas del gobierno en socorro del cuartel. Esto se acabó. Hay que retirarse dijo Jaramillo.

Un enjambre de mueras y vivas salió tras el primero. ¡Mueran los curas! ¡Muera la tiranía! ¡Viva Cebre y nuestro diputado! ¡Viva la Soberanía Nacional! ¡Muera el marqués de Ulloa! Más enérgico, más intencionado, más claro que los restantes, brotó este grito: ¡Muera el ladrón faucioso Barbacana! Y el vocerío, unánime, repitió: ¡Mueraaaa!

Lleve a estos hombres a la cárcel y que mueran en lugar de GutiérrezSon llevados, en efecto; dos se echan a llorar a gritos y a correr para salvarse; a otro le sucede algo peor que desmayarse; los otros son puestos en capilla. Al oír la historia, se echa a reír Facundo y los manda poner en libertad. Estas escenas con los sacerdotes son frecuentes en el Enviado de Dios.

De la Sala de Representantes adonde ha ido a recibir el bastón, se retira en un coche colorado, mandado pintar exprofeso para el acto, al que están atados cordones de seda colorada y a los que se uncen aquellos hombres que desde 1833 han tenido la ciudad en continua alarma por sus atentados y su impunidad; llámase la Sociedad Popular y lleva el puñal a la cintura, chaleco colorado y una cinta colorada en la que se lee: Mueran los unitarios.

Al iniciar el grupo su marcha, pasando ante el caballo del alemán, estalló la cólera del comandante, muda y reconcentrada hasta entonces. Quiso morir fusilado antes que dar un paso más. ¡Abajo Guillermo! ¡Mueran los verdugos! gritó con una voz ronca.

Y cuando se mueran del todo allá para el año 1950 , entonces se podrá pensar en sustituirlos con algunos hombres jóvenes, como D. Melquiades Alvarez, por ejemplo, o el doctor Simarro... Si yo fuese un escritor ministerial, ¡qué artículo haría acerca de las últimas elecciones! Nos han derrotado en las grandes ciudades diría , pero esto no nos extraña.

A su edad, todas sueñan que va a venir por ellas un conde o un marqués para llevárselas en un carro de oro y que mueran de envidia sus amigas.

Es que no entramos hoy respondió la Tribuna. Y cien voces confirmaron la frase : No se entra, no se entra. No entran... ¿pues qué pasa? Que se hacen con nosotras iniquidás, y no aguantamos. No, no aguantamos. ¡Mueran las iniquidás! ¡Viva la libertá! ¡Justicia seca! clamaron desde todas partes.