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Actualizado: 15 de noviembre de 2025
El sol iba a sumergir muy pronto su abrasado disco en el cristal de las aguas, iluminando algunos parajes de la llanura con dorada y fantástica claridad y dejando otros en la sombra. Los rumores eran más graves y profundos, de una melancolía infinita. Aquella masa inconmensurable de agua perdía lentamente su color azul, tomando otro verde muy opaco sembrado aquí y allá de fugaces reflejos.
Este era un escribiente muy conocido en Legaspi, y su traje consistía en zapato bajo de charol, pantalón negro con ancha franja dorada, casaca azul con vueltas rojas en faldones y solapas y kepis con insignias de coronel, completando su atavío relucientes espolines, ancha espada de cazoleta, tricolor banda de seda, descomunales condecoraciones de papel dorado, amplios guantes de algodón y grueso palasán con puño de plata.
Después que esas dos figuras saludaban al Rey y bajaban de sus carrozas, acudía el Tiempo á la escena, montando un águila dorada, y felicitaba al Rey por su aniversario; después se abrían tres árboles y dejaban ver unas ninfas, que rivalizaban por su parte en congratulaciones entusiastas.
Señora con el Niño Jesús con moldura dorada de vara de alto de mano de Parma el Mozo. Dos lienzos de más de dos varas de alto y una y media de ancho con molduras doradas de dos Emperadores á caballo maltratados. Dos lienzos de vara de alto de dos enanos de mano de Pacheco, maltratados. Un lienzo de Erodias con la cabeza de San Juan en un plato del racionero Céspedes.
En Río se seguía la vida de costumbre, si bien muchos caballeros y la elegante juventud dorada echaban de menos la tertulia de Rafaela, la cual andaba retraída y triste, y no recibía. Muchos jóvenes de la buena sociedad acudían con frecuencia al casino como único recurso.
La piel dorada levantábase de trecho en trecho, probando así la delicadeza y blandura de la carne que cubría, y ofrecía a mis ojos un satisfactorio espectáculo. ¡Bravo! dije yo. Pero Susana ¿habrá resultado bien la cuajada? ¿Hay mucha? Y, mira, ¡sazona bien la ensalada! Tengo costumbre de hacer bien cuanto hago, señorita. Por otra parte ese señor no es ni un príncipe ni un emperador, según pienso.
Quintanar, desde su escondite, vio asomar entre los balaustres negros del balcón una cruz dorada, remate de un pendón viejo y venerable. Se puso de pies sobre la silla, siempre sin poder ser visto desde la calle, y reconoció a Celedonio con una cruz de plata entre los brazos.
La imagen, de piedra pintada, estofada y dorada, tiene un manto azul sembrado de estrellas de oro, que es lo que la da el título de Virgen de la Estrella. Usted que ha leído tanto, tío, tal vez no sepa la historia de esta capilla, mucho más antigua que la catedral.
Iba D. Carlos vestido con suma elegancia, á la última moda de París. Era todo un petimetre. Parecía el príncipe de la juventud dorada, transportado por arte mágica desde las orillas del Sena al riñón de Andalucía. El cuello de su camisa y el lienzo con que formaba lazo en torno de él, estaban bastante bajos para descubrir la garganta y la cerviz robusta sobre que posaba airosamente la cabeza.
Durante el prólogo, sus sonrisas eran un estímulo; después, una mueca de doloroso hastío. ¿Araceli? ¡Pobre muchacha! Tez de rosa enfermiza, piel dorada con reflejos de ámbar. Cuando se destrenzaba el pelo, dejándolo caer suelto hebra a hebra en torno del cuerpo, envolviéndose en un manto de oro luminoso, parecía la diosa del pudor. ¿Por qué estaría siempre triste?
Palabra del Dia
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