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Actualizado: 15 de junio de 2025
Vea Ud.; asómese por ese hueco, y dígame despues si su Nuevo Mundo no vale mucho mas que esta podredumbre dorada....
Llevaba siempre los bolsillos atestados de chucherías, que mostraba para dejar bizcas a sus amigas. Eran tachuelas de cabeza dorada, corchetes, argollitas pavonadas, hebillas, pedazos de papel de lija, vestigios de muestrarios y de cosas rotas o descabaladas.
El caserío de Cádiz se desarrollaba ante mi vista, sus casas blancas sin alero, la catedral con sus dos torres y su cúpula dorada, las azoteas con sus torrecillas como minaretes y algunos de esos lienzos de pared blancos, con dos o tres ventanas pequeñas, como los paredones de las casas árabes.
Y sólo nuestro ardor se interrumpía cuando ya en el azul se desleía la dorada sonrisa de la luna. En una vega ubérrima y tranquila, bajo el quemante ardor de un sol de estío, sonoro y riente se desliza el río desde el lago de Bay hasta Manila. Bruñe la faz de su caudal bravío brillante luz que todo refocila, y se entorna ofuscada la pupila al contemplar tan fulgido atavío.
Vestía un gabán de color de castaña con grandes botones, y bajo la visera de su gorra destacábanse las dos manchas negras de los anteojos con bordes de paño que abrigaban su vista enferma. Estaba sentado en un sillón de madera blanca y dorada, con las graciosas curvas del siglo XVIII; la seda antigua enseñaba, entre desgarrones y deshilachados, el lejano recuerdo de una escena pastoril.
Por donde no alcanzaban el último resplandor solar, las olas estaban verdinegras y sombrías; al Poniente, dorada red de movibles mallas parecía envolverlas.
Enviose aviso al pueblo para que allí les esperase una razonable cantidad de borriquitos, y en los coches de la casa y en los que habían traído las personas que últimamente habían acudido se trasladó no mucho después la dorada juventud a la gran plaza que hay delante del Monasterio, punto inicial de la correría.
El envoltorio contenía una sotana de chamalote de seda, un manteo de paño de Segovia, un par de zapatos con hebilla dorada, un alzacuello de crin y un sombrero de piel de vicuña.
En un plato o fuente que resista el horno, se pone una capa de clara, otra de pedacitos de bizcocho de soletilla, otra de clara, otra de pedacitos de dulces de frutas, y así sucesivamente, terminando con una capa de claras puesta muy alta, pues ha de formar pirámide; después con un colador se le echa azúcar y se mete a horno que no esté muy fuerte, y cuando esté dorada por encima, se saca, sirviéndola fría, en el mismo plato o fuente.
Pero como de nada sirve querer desfigurar la historia, el estudio de los documentos, papeles y antigüedades viene á destruir la dorada leyenda, dando á conocer con toda la realidad lo que fueron nuestros antepasados, que vivieron en todo el esplendor de la monarquía absoluta.
Palabra del Dia
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