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Actualizado: 17 de junio de 2025


Varios de ellos habían cambiado de postura con una rapidez inexplicable. Ahora estaban tendidos de espaldas y parecían dormir. Uno tenía abierto el uniforme sobre el abdomen, mostrando entre los desgarrones de la tela carnes sueltas, azules y rojas, que surgían y se hinchaban con burbujeos de expansión. Otro había quedado sin piernas.

Aún era hermoso el palacio de sus abuelos, a pesar de las ventanas faltas de cristales, del polvo y las telarañas amontonados en los huecos, de los desgarrones que los siglos habían abierto en su revoque.

Llegaba con el pescuezo barnizado de rojo por los hilillos de sangre que se escapaban de los palos hincados en su cuello y los desgarrones de la piel, en los cuales quedaba al descubierto el músculo azul. «¡Coronel! ¡Hijo mío!...» Y el toro, como si comprendiese estas explosiones de ternura, alzaba el hocico, mojando con su baba las patillas del ganadero. «¿Por qué me has traído aquí?», parecían decir sus ojos fieros inyectados de sangre.

Fregar en tabernas, donde tenía las propinas por salario; ayudar a un chulo a vocear quincalla; recoger y vender colillas; dormir en los quicios de las puertas: esta existencia llevó por espacio de unos cuantos meses, sucio, descalzo, desarrapado, hambriento y ostentando por entre los desgarrones de la camiseja el pecho dorado y fuerte como un bronce antiguo.

El traje de más de un año, las botinas fatigadas, la ropa interior con desgarrones mal compuestos, no le entristecían en los momentos difíciles. Lo importante era poseer un sombrero de moda y conservar el gabán de pieles, el collar de perlas, las esmeraldas, los brillantes, toda la armadura honorífica y gloriosa, dentro de la cual quería morir.

Los heridos gemían encorvados ó permanecían en el suelo, apoyada la espalda en un árbol, con un mutismo doloroso. Algunos habían abierto la mochila para sacar su bolsa de sanidad y atendían á la curación de los desgarrones de su carne. La infantería disparaba ahora sus fusiles incesantemente. El número de tiradores había aumentado.

Vestía un gabán de color de castaña con grandes botones, y bajo la visera de su gorra destacábanse las dos manchas negras de los anteojos con bordes de paño que abrigaban su vista enferma. Estaba sentado en un sillón de madera blanca y dorada, con las graciosas curvas del siglo XVIII; la seda antigua enseñaba, entre desgarrones y deshilachados, el lejano recuerdo de una escena pastoril.

Y éstos y otros parecidos lances eran el único lado agradable que tenía para aquel cuadro de continuas e interminables tristezas, sobre las cuales iba descollando de día en día y a medida que la temperatura se templaba y surgían riscos y laderas por los anchos desgarrones abiertos en el espeso tapiz de nieve por los rayos del sol, la figura, de suyo melancólica, de la mujer gris, particularmente hacia la caída de la tarde, y, sobre todo, al descolgar el calderón y empuñar los dos cántaros de barro para ir a la fuente entre día y noche, según costumbre inmemorial en ella.

La ropa de viaje de D. Fadrique, que estaba muy traída y con algunas manchas y desgarrones, se quedó en la posada, donde dejaron los caballos. D. Diego quiso que su hijo le acompañase en todo su esplendor. El muchacho iba contentísimo de verse tan guapo y con traje tan señoril y lujoso.

Manchas rectangulares de color más fuerte delataban en el empapelado el emplazamiento de los muebles y cuadros desaparecidos. ¡Con qué prontitud y buen método trabajaba aquel señor del brazal en la manga!... A la tristeza que le produjo el despojo frío y ordenado vino á unirse su indignación de hombre económico, viendo cortinas con desgarrones, alfombras manchadas, objetos rotos de porcelana y cristal, todos los vestigios de una ocupación ruda y sin escrúpulos.

Palabra del Dia

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