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Su blanca barbilla de chivo viejo estremecíase de entusiasmo al acariciar aquellas gargantas vírgenes que, según él, le pertenecían. «¡Todo por el arte!» Y esta divisa de su vida le hacía simpático al doctor Moreno. Ese Boldini quiere a mi Leonora como a una hija decía el médico cada vez que el maestro elogiaba la belleza y el talento de su discípula, profetizándola triunfos inmensos.

Calló por miedo a su padre, temiendo su explosión de cólera al ver engañada la ciega confianza que tenía en el maestro. Se sumió en una pasividad de bestia resignada y siguió acudiendo todos los días a casa de Boldini, sufriendo aquellas lecciones que se interrumpían con acometidas de valetudinario ardoroso o pegajosos halagos de refinada corrupción.

De pronto recordó: en la pared que había frente al escritorio de su padre había un gran cuadro que la representaba a ella a la edad de ocho años; un magnífico retrato de cuerpo entero, de Boldini, en el que su rostro infantil sonreía bajo la sombra dorada de sus largos cabellos.

A no se me toma dijo con frialdad; me entrego, si es que quiero. Y en el gesto de desprecio y rabia con que despedía a Rafael, parecía marcarse el recuerdo odioso de Boldini, aquel viejo repugnante, el único en el mundo que la había tomado por la fuerza. Rafael quiso excusarse, pedir perdón, pero aquel recuerdo de la adolescencia evocado por la escena brutal, la hacía implacable.

Sus ojos adquirían el brillo misterioso de la pubertad; los trajes parecían estrecharse con el impulso de las formas cada vez más llenas y redondeadas y las faldas bajaban hasta los pies, cubriendo algo distinto de aquellas tibias infantiles, secas y nerviosas, vistas tantas veces por la gente de la Galería. El signor Boldini, su maestro de canto, estaba admirado de la hermosura de su discípula.

La pobre Leonora entró en el vicio por la puerta grande. De un golpe se sumergió en todas las vilezas aprendidas por aquel vejestorio en su larga carrera por camerinos y bastidores. Boldini hubiera querido conservar eternamente a su discípula; nunca la encontraba suficientemente preparada para hacer su debut. Pero de allá abajo, apenas si venía dinero.