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Al fin acabó por meter toda su cabeza en el tubo obscuro, sacándola poco después completamente desfigurada. Su rostro aparecía tiznado de negro y sus melenas sucias de hollín. El accidente hizo reir á los graves personajes de las tribunas, y el sexo débil de las galerías se unió á la hilaridad general.

Muy bien, Brull muy bien mugía el ministro, de bruces en su pupitre, oyendo con delicia sus propias ideas en la boca del joven. El orador descansó un instante, paseando su mirada por las tribunas, iluminadas ahora por las lámparas. La dama de la tribuna diplomática había cesado de abanicarse, mirándole fijamente.

El hecho de esta representación oficial se comenta favorablemente entre los socios del Jockey, interpretándose como un puente de plata entre las tres tribunas o tinglados que dividen las clases sociales en el hipódromo. El suceso se interpreta como un indicio de que no será modificado el régimen existente, ni se producirá, como en Babel, una deplorable confusión de las gentes.

Le agitaba el temblor del muchacho en vísperas de exámenes. Estudiaba en la biblioteca lo que habían dicho sobre la materia innumerables generaciones de diputados en un siglo de parlamentarismo. Sus amigos del Salón de Conferencias, todos aquellos derrotados y caídos, la bohemia parlamentaria, que le quería a cambio de papeletas para las tribunas, animábale profetizando un triunfo.

Clementina, que a todos los conocía, gozaba en adivinarlos a las pocas palabras. Raimundo, que había asistido con frecuencia a las tribunas del Congreso, les había cogido bastante bien, a casi todos, el acento, la acción y los gestos. Particularmente imitando a Jiménez Arbós, a quien trataba por verle en casa de Osorio, estaba graciosísimo.

El salón se vaciaba por momentos. Era la fuga prevista apenas se levantaba el señor de la comisión a contestar a las oposiciones, teniendo al lado un rimero de papeles. Una lata, ¡huyamos! Y pasaban por enfrente de Rafael, atravesando el hemiciclo, los grupos de compañeros; mientras arriba en las tribunas la dispersión era general, como si el edificio se incendiase.

Un individuo de las tribunas gritó: ¡Afuera el apaga-candelas! Y el barullo y vocerío tomaron proporciones tales que los porteros nos amenazaron con echarnos a todos a la calle. Sr. de Araceli me dijo Presentación, encendida y agitada por el entusiasmo tendría un grandísimo placer... ¿en qué creerá usted? Me regocijaría muchísimo... ¿de qué pensará usted?

Empezaron á abrirse grandes claros en las filas de hombres con faldas que ocupaban las galerías. El sexo débil demostraba su fastidio marchándose. También se abrieron vacíos cada vez mayores en el público de las tribunas parlamentarias. Hasta Gurdilo había desaparecido, adivinando que su oposición nada podía ya encontrar de aprovechable en esta ceremonia.

Gruñeron unos, murmuraron otros; pero al fin Presentación obtuvo un puesto y yo otro a su lado; pero mi inquietud y ansiedad eran tales, que me levantaba con frecuencia para alargar el cuerpo fuera de las barandillas con objeto de examinar todo el ámbito del salón y las pobladas tribunas.

Con la poca que repuse cualquier sacristán podía pronunciar en las Cortes discursos dignos de ser oídos. El señor es de los que van todos los días a alborotar a la tribuna. Es un oficio con el cual viven muchos. ¡Qué aberración! ¿Y desde tal sitio y desde tales tribunas se piensa gobernar el reino?