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Después de paladear la fruta hermosa, pero un poco insípida, de las burguesas madrileñas y morder en la guindilla de las chulas, las cortesanas parisienses, tan elegantes, tan ingeniosas y cultas, le parecían un bocado exquisito. Y hay que confesar que supo aprovecharse. En poco tiempo fue popularísimo entre ellas. Le llamaban riendo el fidalgo español.

Ella misma quitó el papel al caramelo, le abrió la boca al chiquillo y se lo metió dentro. Al paladear el saborcillo grato, el niño se humanizó un poco. Sin embargo, seguía mostrando en los ojos un sobresalto que concluyó por hacernos reír. ¿Vives aquí cerca? El niño bajó levemente la cabeza en señal de asentimiento. ¿Dónde está tu casa?

En ver esto, en recordar los sitios donde anduve de chico, en paladear y saborearlo todo, he pasado más de un mes sin hacer mucho caso de visitas y de prácticas sociales. Mi madre quiere ayudarme a la reconquista de mi calidad luzarense, haciendo ella misma una porción de guisos complicados y de postres clásicos del país. Esto te gustaba mucho antes me dice. ¿De veras?

Las ventanas de los palacios tienen las persianas echadas y reina tal silencio en sus inmediaciones, que cualquiera los creería deshabitados. Esto contribuye a despertar en la imaginación de los paseantes recuerdos o sueños romancescos. Aquellos palacios deben de guardar seres bellos y felices que se alejan del ruido de la corte a fin de paladear con más tranquilidad su dicha.

El silencio poblado de chasquidos de maderas y correteos de animales invisibles, la caída inexplicable de un cuadro ó de unos libros apilados, le hacían paladear una sensación de miedo y de misterio nocturnos bajo los chorros de sol que entraban por los tragaluces. En esta soledad se encontraba mejor. Podía poblarla á su capricho.

Era una matrona de potentes caderas, en cuyas entrañas renacía la vida; de robustos y voluminosos pechos, siempre hinchados de leche densa y amarga. A un pecho se agarraba el Recuerdo, gimiendo al paladear el líquido de acíbar; al otro el Olvido, que chupaba cerrando los ojos, queriendo dormir.

Y para que los pasajeros retardados no le viesen llorar, Edwin Gillespie inclinó la cabeza permaneciendo así mucho tiempo. Al fin volvió á abrir el despacho instintivamente, para leerlo línea por línea. Sentía el deseo amargamente atractivo que nos impulsa á paladear los grandes dolores.

En todo un mes, hoy es el primer día que vivo como un hombre. Y como si le atrajesen las comodidades que habría de abandonar en breve, se levantó, dirigiéndose al castillo. Dos alemanes se marcharon hacia el pueblo, y Desnoyers quedó con el otro, ocupado en paladear admirativamente sus licores. Era el jefe del batallón acantonado en Villeblanche. ¡Triste guerra, señor! dijo en francés.

Calló un instante don Ramón para tomar aliento y recrearse en el eco de su elocuencia, pero al instante prosiguió, mirando a Fermín fijamente, como si éste fuese un enemigo difícil de convencer: Por desgracia, muchas gentes creen paladear el vino de Jerez cuando beben inmundas sofisticaciones. En Londres, bajo el nombre de Jerez, se venden líquidos heterogéneos.

Ni era de los siervos alimentados, ni de los señores que dominan. Había estudiado para ser infeliz, para conocer y paladear todas las fealdades de la existencia. No podía creer en las mentiras aceptadas por la buena fe de los humildes. La instrucción le había servido para rozarse con los privilegiados, conociendo las abundancias que les rodean.