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Los dos, antes de tomar su arma, se habían quitado el sombrero, entregándolo á uno de los padrinos. Colocándose el marqués entre ambos, sacó un papel y empezó á leerlo con grave lentitud. «...Segundo. El director del combate dará tres palmadas, y los combatientes podrán apuntar y hacer fuego á voluntad entre la primera y la tercera palmada.» «Tercero.

Le bastó la primera ojeada para darse cuenta da que debía pertenecer á los niños de una familia subida al buque en Nueva Zelandia. La cubierta del libro era en colores, y el dibujo de ella le hizo conocer su título antes de leerlo. Vió un hombre con sombrero de tres picos y casaca de largos faldones, que tenía las piernas abiertas como el coloso de Rodas y las manos apoyadas en las rótulas.

Me pedía autorización para traducir LA BARRACA, explicando la casualidad que le permitió conocer mi novela. Un día de fiesta había ido de Bayona á San Sebastián, y aburrido, mientras llegaba la hora de regresar á Francia, entró en una librería para adquirir un volumen cualquiera y leerlo sentado en la terraza de un café.

La vi escribiendo hoy por más de una hora, en su diario. Puede ser que hallemos la llave del armario... ¿Comprendes? Subieron. El diario estaba allí, sobre la mesita escritorio; Laura había olvidado guardarlo. ¡Qué casualidad divina! exclamó Carmen; y en seguida, ávidamente, se dispuso a leerlo. Adriana se sentó junto a ella, pero sus manos temblaban.

eres la única que podrá leerlo, le dijo como encantada de su idea. Ellas ni siquiera saben que lo escribo. La que tiene un diario ya muy largo es Laura. Algún día que ella se descuide lo robamos y lo leemos juntas. Como a ella le han pasado muchas más cosas que a , y ha tenido una pasión y estuvo de novia... Dijo esto con cierto aire de pesar, como envidiosa de Laura.

Ya lo he dicho en otro lugar, y voy á decirlo aquí otra vez. El que crea que no necesita leerlo dos veces, que lo pase por alto; pero casi me atrevo á decir que aunque lo leyera todos los dias, no perderia el tiempo. Una virtud moral que se llama recato. Una virtud física que se llama aseo. Una virtud social y religiosa que se llama caridad.

Con altivo continente pidió al jefe de orden público el mandato del gobernador, legalizado por el juez, único que, según las leyes vigentes, podía autorizar aquel atropello: presentóse respetuosamente el funcionario, y rasgólo ella en dos pedazos después de leerlo.

Se recibía, verbigracia, en la casa un telegrama de cualquier pariente o amigo; don Mariano, con sonrisa triunfal, después de leerlo, se lo alargaba a su señora, diciendo: Toma; este endiablado invento moderno viene a comunicarnos que tu hermano ha llegado bueno a París.

Pues no puedo leerlo sin que se me levante dolor de ojos y de cabeza. ¡Dios me perdone! Y cuanta más atención pongo, peor. Pero acaba usted de decirnos que a Belarmino no le perjudica tanta lectura porque es de libros que no entiende. ¡Quién lo dijera! Lo natural parece lo contrario. Pues, ve ahí; tiene usted razón.

Como comprenderás, no pude contener un grito de sorpresa, y , con toda tu diplomacia, vas a hacer lo mismo al leerlo. Lacante siguió diciendo con sonrisa, mitad confusa, mitad placentera: ¡Bah! querido, yo he sido joven, y lo he sido demasiado tiempo... Hay allí una flor tardía, que me pertenece, brotada en un tronco viejo y arruinado. ¿Es joven? Una chicuela.