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La cofradía de los sacerdotes naturales de Madrid, á la cual pertenecía Lope, así como los cómicos de la capital, celebraron también sus funerales, pronunciándose en ellos oraciones fúnebres. Los sacerdotes lo alabaron como á santo, diciendo que era tan superior por su ingenio á todos los clásicos de la antigüedad, cuanto por su religión á los paganos.

Mañana oficiará el reverendo obispo do Mechoacán, y por la tarde habrá procesión, á que asistirá la Cofradía del Paso, la del Santo Sudario, y también irán los niños del Hospicio. ¡Ay, don Gil! exclamó con acento de profundísimo desconsuelo María de la Paz, ¿Cómo se atreven á sacar los santos á la calle con estas cosas?

Falta un cabo por atar. Supones, y desgraciadamente no te equivocas, que tu hermana y tu madre irán a parar a la maldita cofradía: pero, ¿vas a quedarte en medio de la calle? He pensado en todo.

Lorenzo Hurtado, uno de los fundadores de la cofradía de Nuestra Señora de la Novena, tantas veces citada en el tomo anterior, que sobrevivió, al parecer, largo tiempo á todos los demás fundadores de esta hermandad, y que fué muy notable en las representaciones del teatro del Buen Retiro.

Aunque fuese muy celoso, más por amor propio que por su amor a Juana, nunca se había ocupado de desconfiar de su amigo Monthélin, quien, sin embargo, tan cerca se había hallado de comprometer su honor, pero en cambio, con el tacto habitual de su cofradía, no dejó de abrir desmesuradamente los ojos, ante la intimidad irreprochable de su mujer con Jacobo de Lerne.

No sólo dirigía con particular esmero la conciencia de las que mejor lo representaban en Peñascosa, apacentaba sus ovejitas con amor, sin dejar por eso de arrojar alguna piedra a la que se extraviaba, como pastor diligente que era, sino que a fuerza de muchos desvelos había logrado fundar una cofradía, establecida ya en otros puntos de España y el extranjero, la cofradía de las Hijas de María.

Yo siento hondamente vuestra tragicomedia, oh, gran Losada, el músico genial y salvaje; Barrantes, el de la carátula de pesadilla; Alberto Lozano, rubio y señorial como un príncipe, y vosotros también, Dorio, el audaz; Pujana, el intrépido; Roldán, el preciosista, que tiene una enorme sed que sólo se calmará cuando Ella le llene de tierra la boca; vosotros, que al caer un hermano de esta cofradía de dolor y de absurdidad, acaso tembléis viendo que todo el entusiasmo de vuestra juventud está compensado por un lecho de hospital y un montón de polvo, sin nombre, en un osario. ¡Y vosotros que soñabais precisamente con la Gloria, y que porque la gente leyese vuestra firma al pie de unas líneas impresas, lo sacrificabais todo! ¿Veis qué broma final tan sangrienta?

Cuando rompió á hablar, lo primero que hizo fué preguntar por doña Paulita, y también por Clara, empleando algunas discretas reticencias. Después dijo: Pues yo venía á decir á ustedes si quieren honrar con su presencia la función que la Hermandad de la Pasión y Muerte celebra mañana en la iglesia de Maravillas. Yo soy el secretario de la Cofradía, y gracias á se ha arreglado la fiesta.

De los otros «pasos» era posible reírse, por la falta de devoción y el desorden de los cofrades; pero de éste... ¡vamos, hombre!... El sentía un escalofrío de emoción al contemplar la imagen poderosa de Jesús, «la primera escultura del mundo», y ver la majestad con que marchaban los encapuchados. Además, en esta cofradía se trataba uno con gente muy buena.

Rinconete, que de suyo era curioso, pidiendo primero perdón y licencia, preguntó a Monipodio que de qué servían en la cofradía dos personajes tan canos, tan graves y apersonados.