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Actualizado: 9 de junio de 2025
Ultimamente, en 1510, por donacion hecha á los religiosos de S. Francisco de Paula ó de la Victoria, de esta santa casa con todas sus pertenencias, la cofradía de Rocamador se trasladó al hospital de S. Hipólito, dentro de la ciudad, hoy ermita de Nuestra Señora de la Alegría; las emparedadas pasaron tambien á otra casa, y la iglesia del antiguo santuario se conservó unida á modo de capilla al nuevo templo que los religiosos de la Victoria levantaron.
¡Adóbame esos candiles! -dijo a este punto el barbero-. ¿También vos, Sancho, sois de la cofradía de vuestro amo? ¡Vive el Señor, que voy viendo que le habéis de tener compañía en la jaula, y que habéis de quedar tan encantado como él, por lo que os toca de su humor y de su caballería!
Cuando, en la noche del Jueves Santo, el reloj de San Lorenzo daba el segundo golpe de las dos de la madrugada, abríanse instantáneamente las puertas y aparecía ante los ojos de la muchedumbre agolpada en la obscuridad de la plaza todo el interior del templo lleno de luces y con la cofradía formada.
La procesión, preámbulo de las otras, y que debía ser en dicho miércoles por la tarde, era dirigida y costeada todos los años por el señor don Andrés Rubio, hermano mayor de la más importante Cofradía. Habían de salir en esta procesión tres obras maestras de escultura, tan pesada cualquiera de ellas que para llevarlas en andas por las calles era menester un ejército de nazarenos.
La multitud, con esa impresionabilidad fácil de los pueblos meridionales, contemplaba absorta el paso de los encapuchados, a los que llamaba «nazarenos», máscaras misteriosas que eran tal vez grandes señores, llevados por la devoción tradicional a figurar en este desfile nocturno que acababa luego de salido el sol. Era una cofradía de silencio.
Desde el año 1691 ya sonaba como antigua esta cofradía, pues presidía á la de Nuestra Señora de la Antigua, establecida en san Pablo; más como solo tenía un paso con la estatua de san Pedro, era necesario que se agregase á otra, bajo cuyo estandarte cumplían su estación y tomaban cena.
En fin, aquellos torreones, lo que nosotros creiamos altares, no son otra cosa que las chimeneas de aquel enorme establecimiento; altares consagrados á otro culto no tan elevado, pero no menos indispensable. Es bien seguro que no hay un templo en todo Paris, que cuente con una cofradía más constante, mas exacta, más fiel.
Las religiones salian por órden de antigüedad; entre la de Santo Domingo iban los familiares, y en medio conducian el estandarte de la cofradia de S. Pedro Mártir que era de ministros de la Inquisicion, y lo llevaba un ministro del Santa Oficio siguiendo los comisarios, el fiscal, el alguacil, secretario y demás ministros de la Inquisicion, con las cruces que les servian de insignia en el pecho.
Salían otra vez a la luz de las estrellas, abandonando esta obscuridad de cripta, y el sol acababa por sorprender a la procesión en plena calle, apagando el resplandor de los cirios, haciendo brillar el oro de las santas vestiduras y las lágrimas y sudores de agonía de las imágenes. Gallardo era entusiasta del Señor del Gran Poder y del majestuoso silencio de su cofradía. ¡Cosa muy seria!
No diga usted esto a nadie, señor cura, pero en el primer momento encontré a mi padre más bien feo; ahora, me gusta su cara de tal modo, que creo que no habría otra alguna que me gustase más. ¡Es todo el mundo tan insignificante a su lado!... Ciertamente, tiene el aspecto menos... ¿cómo lo diré? menos padre de familia que el señor Ravenaz, por ejemplo, el mayordomo de cofradía que cantaba tan fuerte en la misa mayor y hacía cantar con él a sus cuatro hijas y siete hijos, todos dóciles a una señal de sus ojos; o que el señor Tintellier, que sólo tiene un hijo, pero que es tan escéptico y no ríe nunca más que con un lado de la boca, de modo que su alegría se parece al esfuerzo de tragar algo amargo y más da lástima que envidia.
Palabra del Dia
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