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Fueron los «macarenos» que escoltaban a la procesión los que, en nombre de la gloria del barrio, acometieron a los «nazarenos» negros, chocando palos y cirios.

Pocas lunas mas, y los muros interiores, las soberbias columnatas de gallarda é inusitada forma , las elegantes hileras de dobles arcos sostenidos en corintios capiteles, los anchurosos pórticos, la hermosa fachada de once atrevidas puertas, las riquísimas portadas laterales flanqueadas de recamados ajimeces, la incomparable techumbre, en fin, de madera incorruptible labrada y pintada, quedarán terminados; pocas lunas mas, y la hotba por la salud de Abde-r-rahman leida al pueblo desde el mas lujoso mimbar del Occidente, se repetirá por mas de doce mil creyentes á una voz, ahogando con las vibrantes oleadas de la inmensa y atronadora deprecacion los vergonzantes himnos de los vencidos Nazarenos.

La primera escultura representa al Señor de la Pollinita; Jesús cabalga sobre el humilde animal y entra triunfante en Jerusalén. El pueblo, compuesto de gran número de nazarenos, de soldados romanos y de judíos, debía marchar delante de la referida imagen con palmas y con grandes y frondosas ramas de olivo.

La multitud, con esa impresionabilidad fácil de los pueblos meridionales, contemplaba absorta el paso de los encapuchados, a los que llamaba «nazarenos», máscaras misteriosas que eran tal vez grandes señores, llevados por la devoción tradicional a figurar en este desfile nocturno que acababa luego de salido el sol. Era una cofradía de silencio.

Corrieron los polizontes, llevándose presos por un lado a dos mozos que se lamentaban de haber perdido sombreros y bastones, mientras por otro eran conducidos a una farmacia varios «nazarenos» sin capucha, que se llevaban las manos a la cabeza con ademán doloroso.

Conforme va pasando cada procesión, que suele permanecer tres o cuatro horas en la calle, se ejecutan pasillos, que casi siempre explica un nazareno cantando una saeta. Para prevenir y llamar la atención del público hacia cada pasillo, otros dos o tres nazarenos hacen sonar las trompetas con melancólico y prolongado acento.

No en vano, hijo de Moavia, mecían las feris tu cuna en los verjeles del Forat aquel año en que otro caudillo islamita de tu mismo nombre era derrotado en tierra de Afranc por un rey de nazarenos.

Desfilaban los «pasos» del Sagrado Decreto, del Santo Cristo del Silencio, de Nuestra Señora de la Amargura, de Jesús con la cruz al hombro, Nuestra Señora del Valle, Nuestro Padre Jesús de las Tres Caídas, Nuestra Señora de las Lágrimas, el Señor de la Buena Muerte y Nuestra Señora de las Tres Necesidades; y este desfile de imágenes iba acompañado de «nazarenos» negros y blancos, rojos, verdes, azules y violeta, todos enmascarados, guardando bajo las puntiagudas caperuzas su personalidad misteriosa, de la que sólo se revelaban los ojos al través de los orificios del antifaz.

Llega un momento, al fin, en que aterrados los nazarenos en desórden cejan, y al revolverse Ataide, con asombro ve que el Rey admirado le contempla.

Ben-Ganyah es vencido: el emperador castellano entra triunfante en la ciudad de tantos amires: un gobernador ó alcalde á los cristianos para que sean regidos con justicia segun sus propias leyes . ¡Mas ay, que los jactanciosos nazarenos han violado el gran templo del Islam atando á sus columnas sus fatigados caballos y poniendo sus atrevidas manos en el sagrado Mushaf! ¡Así que el castellano vuelva la espalda pagarán aquella insolente profanacion los cristianos cautivos ; y los caballeros de ese altivo emperador que puedan ser atraidos bajo un falso seguro, serán cargados de cadenas!