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A poca distancia le seguían sus alguaciles, y venía detrás una silla de manos. Guárdeos Dios dijo el alcalde á Quevedo parándose delante de él , ¿me conocéis? Hace mucho tiempo, por el servidor más ciego de la justicia. ¿Creéis que un alcalde de casa y corte puede prender á toda persona viviente en los reinos de su majestad y por su real mandato?

Pónese en seguida en camino, menos por llenar el deber, que se le impone, que por creer que Blanca se encuentre allí también. Apenas se presenta delante del Rey, que desea hablarle, cuando descubre su error, esto es, que su ofensor es Don Mendo y no el Rey. Caballero, guárdeos Dios; Dejadnos besar primero De Su Majestad los pies. Aquél es el Rey, García.

, excelentísimo señor. ¿Traéis con vos las diligencias que habéis practicado? , excelentísimo señor. Dádmelas. Tomad, excelentísimo señor. Guardad un profundo silencio acerca de lo que sabéis y no procedáis en justicia. Muy bien, excelentísimo señor. Podéis retiraros. Guárdeos Dios, excelentísimo señor. El alcalde salió. El duque se sentó en un sillón y quedó profundamente pensativo.

Su majestad el rey. ¡Ah! pues corro dijo Quevedo permitiéndose una licenciosa suposición de ligereza. ¿Sabéis el camino? Aprendíle ha rato. Pues id con Dios. Guárdeos él y á vos, amigo don Juan. ¡Ah! don Francisco, esta es la primera aventura que me hace temblar. No digáis eso, que al conoceros medroso, pudiera tener miedo vuestra guía y equivocar el camino.

A cualquier hora, mañana, me encontraréis en la secretaría de Estado ó en mi casa. Guárdeos Dios. El duque de LermaApenas entregada esta carta, el duque salió de casa de Dorotea, sin despedirse de ella, trémulo, irritado. El bufón salió también, llevando consigo la carta del duque de Lerma. Dorotea quedó en un estado horrible de ansiedad.

¡Ah! ¿sois vos, acaso?... , señor, yo soy. ¡Ah! pues comprendo, y como nada tengo que hacer aquí, me voy. Guárdeos Dios, señora. Hidalgo, hasta la vista. Ni Dorotea ni Juan Montiño contestaron al sargento mayor, que salió. Durante algún tiempo, Dorotea miró frente á frente y ceñuda á Juan Montiño. Yo creí que me engañábais dijo con acento concentrado. ¡Que os engañaba!

Sitiemos por hambre al duque haciéndole cometer algunos disparates, y el duque, que si fuera tan buen hombre de Estado como es codicioso, sería invencible, caerá, no lo dudéis, aunque para ello nos veremos obligados á empobrecer el reino, á debilitarle. Nosotros le alzaremos. No os digo más, porque ni tanto era necesario deciros. Guárdeos Dios. El conde de Olivares

No, licenciado Sarmiento; vos sois el que os vais de ... y me alegro. Guardéos Dios. Estaba ya dentro Quevedo y se cerró la puerta de la litera. Esta se puso en movimiento. Durante algún espacio, Quevedo oyó el ruido de las gentes que pasaban, y el viento que zumbaba en los aleros de las calles.