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Sus distintivos son: hablar más ó menos el español, calzar botitos en las grandes solemnidades; medias, con bordadas chinelas en las medias fiestas, y pié desnudo resguardado por pintado zueco, en lo ordinario; viste estrecho tapiz, con la abertura atrás, permitiéndose algunas veces, saya suelta, la que invariablemente es de seda, completando su atavío, ternos más ó menos costosos y piñas más ó menos bordadas.

Y como la bruja aquélla tenía tanta confianza con el señor de la casa, permitiéndose tratarle como á igual, se llegó á él, le puso sobre el hombro su descarnada y fría mano, y le dijo: «Nunca aprende... Ya está otra vez preparando los trastos de ahorcar.

En Madrid, el día antes de casarse, no fue hombre para gastarse seis cuartos en un ramo de rositas de olor... En Navalcarnero le había regalado un botijito, y la llevaba a pasear por los trigos, permitiéndose coger amapolas, que se deshojaban en seguida.

Después de una corta vacilación aceptaron el trato, y permitiéndose dar un consejo a la para ellos extraña pareja, dijo el guarda: «Lo que deben hacer ustedes es dejarse de andar de vagancia por calles y caminos, donde todo es ajetreo y malos pasos, y ver de meterse o que los metan en un asilo, la señora en las ancianitas, el señor en otro recogimiento que hay para ciegos, y así tendrían asegurado el comer y el abrigo por todo el tiempo que vivieran». Nada contestó Almudena, que amaba la libertad, y la prefería trabajosa y miserable a la cómoda sujeción del asilo.

Su majestad el rey. ¡Ah! pues corro dijo Quevedo permitiéndose una licenciosa suposición de ligereza. ¿Sabéis el camino? Aprendíle ha rato. Pues id con Dios. Guárdeos él y á vos, amigo don Juan. ¡Ah! don Francisco, esta es la primera aventura que me hace temblar. No digáis eso, que al conoceros medroso, pudiera tener miedo vuestra guía y equivocar el camino.

Melisa tenía una vaga idea de la ironía, permitiéndose a veces una especie de humor sardónico, que se manifestaba por igual en sus acciones y en su manera de hablar. Pero el joven continuó de este talante, hasta que hubieron llegado a casa de la señora Morfeo y hubo depositado a Melisa bajo su cuidado maternal.

Era el más ferviente admirador de Gallardo, aunque abusaba de las confianzas de la intimidad, permitiéndose advertencias y críticas. De encontrarse él en la piel del maestro, lo hubiese hecho mejor en ciertos momentos. Los amigos de Gallardo hallaban motivos de risa en las ambiciones fracasadas del mozo de estoques, pero él no prestaba atención a las burlas. ¿Renunciar a los toros?... Jamás.

Pasando con desdén por junto a los espiritistas, se sentaba en el círculo de los empleados, oyendo más bien que hablando, y permitiéndose hacer tal cual observación con voz de ultratumba, que salía de su garganta como un eco de las frías cavernas de una pirámide egipcia. «Dos meses, nada más que dos meses me faltan, y todo se vuelve promesas, que hoy, que mañana, que veremos, que no hay vacante...».

Su mente se acaloraba ante la temerosa contingencia de que el almuerzo saliera mal. Pero si salía bien, ¡qué triunfo! El corazón le latía con fuerza, comunicando calor y fiebre a toda su persona, y hasta la pelota de algodón parecía recibir también su parte de vida, palpitando y permitiéndose doler. Por fin, todo estuvo a punto.

Mi tío oyó la observación y creyó sin duda que el facultativo preguntaba si la señora tenía la costumbre de fumar, pues respondió con grande asombro al ver el atrevimiento de aquel hombre: No, señor, no, ¿cómo se imagina usted que una señora de esta clase?... ni en pipa ni en nada agregó permitiéndose ciertos movimientos de una inopinada energía.