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Del lento y triste sonido cada toque, cada nota en el vago viento flota como doliente gemido, y de la noche en la calma el melancólico són, siente estremecida el alma cual solemne admonición. ¡Se desprenden esos dobles lúgubres y funerarios de los altos campanarios en fúnebre vibración; en esos dobles alienta algún espíritu irónico que a cada nota que zumba, con agrio gesto sardónico rueda implacable y derrumba y oprime con todo el peso de la piedra de una tumba el humano corazón! ¡Quienes tañen las campanas de los toques funerales no son pobres campaneros, no son sencillos mortales, son espectros sepulcrales! ¡Y es el Rey de los espectros quien toca con más tesón!

Vestía de negro, la cara rasurada, la boina grande, de gascón; llevaba patillas cortas, que entre los marinos franceses solían llamar patas de conejo, y por debajo de la manga se le veían en las dos muñecas unas anclas tatuadas, de color azul. Tenía la nariz larga, los ojos pequeños, las cejas como pinceles y un rictus sardónico en los labios.

Se separaron fríamente: ella cabizbaja, triste, cerrando los ojos, haciendo esfuerzos para no llorar; él enfurruñado, sardónico, como un hombre que se indigna al verse defraudado en sus esperanzas. Antes de dormir, Ojeda exhaló toda su cólera.

Melisa tenía una vaga idea de la ironía, permitiéndose a veces una especie de humor sardónico, que se manifestaba por igual en sus acciones y en su manera de hablar. Pero el joven continuó de este talante, hasta que hubieron llegado a casa de la señora Morfeo y hubo depositado a Melisa bajo su cuidado maternal.

Sorege entró sin replicar, dichoso por haberlo logrado á pesar de su resistencia, y augurando bien de aquella primera ventaja. Se sentó en el saloncillo sin que nadie se lo indicara y Lea permaneció en pie, con los brazos cruzados y mirándole con aire preocupado. ¿De modo que te has pasado al enemigo? dijo Sorege en tono sardónico. ¿Qué te han prometido para que te vuelvas contra ?

Yo no creo en el amor, como no creo en nada. Cuanto digas contra él lo hace muchos años; pero ¿debo darle con el pie si me sale al paso y quiere acompañarme? ¿Conoces una quimera que llene mejor el vacío de nuestra existencia, aunque sea poco durable?... Miguel acogió la vehemencia de su amigo con un gesto sardónico.