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¡Oh, no, eso no! él que es un animal, un salvaje.... , es un salvaje... pero por lo mismo debí tratarle de otro modo. Lo que yo no perdono es el disgusto.... Deje usted, deje usted; hablaremos de ese bribón... otro día. Hoy no puedo... hoy... me sería imposible prometer a usted suavizar los rigores de la ley que está terminante. , ya ... pero, como nunca se aplica....

El amo se encariñó con él en tal grado, que comenzó a tratarle como a hijo, y hasta determinó que fuese por las tardes a la escuela, donde, en unos cuantos meses, aprendió a leer, escribir y contar.

Si la mujer que con sus coqueterías, no por cierto muy desenvueltas, casi sin hablar a Vd. palabra, a los pocos días de verle y tratarle, ha conseguido provocar a Vd., moverle a que la mire con miradas que auguraban amor profano, y hasta ha logrado que le Vd. una muestra de cariño, que es una falta, un pecado en cualquiera y más en un sacerdote; si esta mujer, es, como lo es en realidad, una lugareña ordinaria, sin instrucción, sin talento y sin elegancia, ¿qué no se debe temer de Vd. cuando trate y vea y visite en las grandes ciudades a otras mujeres mil veces más peligrosas?

A usté le han dicho que hay que darme argo cuando me voy de un cortijo; pero eso es pa los otros, pa los ricos que ganan er dinero de rositas. Usté lo gana exponiendo la vía. Somos compañeros. Guárdeselo, señó Juan. El señor Juan se guardó los billetes, algo contrariado por esta negativa del bandido, que se empeñaba en tratarle como a un compañero.

Respetar debe el rey la honra del vasallo, como el vasallo honra y reverencia la excelsitud del rey. ¿Conque no hay esperanza ninguna para ese pobre mancebo enamorado? Yo le desenamoraré. ¡Ah! Difícil lo veo. Le trataré... Como tu corazón te deje tratarle...

Y el pobre aperador casi rompió a llorar, herido por la injusticia de su novia. ¡Tratarle así!... ¡después de la prueba a que le había sometido el ebrio impudor de la Marquesita y que él callaba por respeto a María de la Luz!... Se excusaba hablando de su condición.

Y uno de los que presentes estaban respondió: -Yo, señor, porque leer y escribir, y soy vizcaíno. -Con esa añadidura -dijo Sancho-, bien podéis ser secretario del mismo emperador. Abrid ese pliego, y mirad lo que dice. Hízolo así el recién nacido secretario, y, habiendo leído lo que decía, dijo que era negocio para tratarle a solas.

El partido que mejor le pareció fue apartar las sospechas de Luis y encaminarlas hacia Jaime Moro. Era el único que por su edad, figura y posición podía aparecer como un amante verosímil. Principió por tratarle, en presencia de D. Pedro, con particular afecto, distinguiéndole de los demás tertulios de modo harto visible.

Siéntese me dijo la anciana señorita, tomando un lugar en el canapé; siéntese, primo, pues aunque en realidad no seamos parientes, ni podamos serlo, pues que Juana de Porhoet y Hugo de Champcey cometieron, sea dicho entre nosotros, la tontería de no tener un vástago, me será agradable, si me lo permite usted, tratarle de primo, en la conversación particular, á fin de engañar por un instante el sentimiento doloroso de mi soledad en este mundo.

Leonora, siempre sonriente, parecía impacientarse. Bien sabían en la casa que ella no admitía réplicas. Vamos, Rafael, no sea usted tonto. Habrá que tratarle como a un niño. Y cogiéndole por una manga, como si se tratara de un chiquitín, comenzó a tirarle de la chaqueta. El joven, en su turbación, no sabía lo que le pasaba.