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¿Usted? dijo la señorita de Porhoet, haciendo alto súbitamente, ¿usted es un Champcey d'Hauterive? Desgraciadamente, , señorita. Eso cambia la especie dijo; déme, primo, su brazo, y cuénteme su historia. Creí que en el estado en que las cosas se hallaban, lo mejor era no ocultarle nada.

La casualidad quiso, ahora tres días, que la hija de mi cliente tuviese noticias de la situación de usted: yo he creído ver, y aun he podido asegurarme para decirlo todo, que la niña, que por otra parte es bonita y está adornada de cualidades estimables, no vacilaría un instante en aceptar con la mano de usted, el título de Marquesa de Champcey.

No me cuido de sus ultrajes... Por otra parte, me vengaré, y muy pronto... ¡Ah! es usted seguramente muy hábil, señor de Champcey y no puedo menos de cumplimentarle... Representa admirablemente el papel de desinterés y de reserva, que su amigo Laubepin no habrá dejado de recomendarle al enviarle aquí...

Yo conocía, empero, el carácter y temperamento, en cierto modo hereditario, del señor de Champcey: bajo las exterioridades seductoras y caballerescas que lo distinguían, como á todos los de su familia, percibía claramente la irreflexión obstinada, la incurable ligereza, el furor de los placeres, y por último, el implacable egoísmo...

Si bien más de las tres cuartas partes de mi fortuna actual ha sido adquirida en gloriosos combates, no por eso es otro su origen que el que acabo de indicar. »Al volver á Francia, en mi vejez, me informé de la situación de los Champcey d'Hauterive: era dichosa y opulenta. Continué guardando un profundo silencio. ¡Que mis hijos me perdonen!

Haciéndome sentar entonces y poniéndose de espaldas á la chimenea, dijo: Señor marqués de Champcey d'Hauterive, me preparaba ayer á escribirle, cuando supe su llegada á París, la que me permite informarle á usted in voce del resultado de mi celo y de mis operaciones. Presiento, señor, que ese resultado no es muy favorable.

En 1793 mi padre murió y yo heredé, aunque muy joven, la confianza que los Champcey habían depositado en él. Hacia el fin de este funesto año, las Antillas francesas fueron tomadas por los ingleses, ó les fueron entregadas por los colonos insurgentes. Un gran número de colonos franceses esparcidos en las Antillas, habían llegado á realizar sus fortunas, amenazadas á cada instante.

Siéntese me dijo la anciana señorita, tomando un lugar en el canapé; siéntese, primo, pues aunque en realidad no seamos parientes, ni podamos serlo, pues que Juana de Porhoet y Hugo de Champcey cometieron, sea dicho entre nosotros, la tontería de no tener un vástago, me será agradable, si me lo permite usted, tratarle de primo, en la conversación particular, á fin de engañar por un instante el sentimiento doloroso de mi soledad en este mundo.

Estos se habían entendido con el comandante Champcey para organizar una flotilla de ligeros transportes, á la que habían trasladado sus bienes, y que debía emprender su vuelta á la patria bajo la protección de los cañones de la Thetis.

El año de 1820, la señorita Luisa Elena Dougalt Delatouche D'Erouville fué pedida en matrimonio por Carlos Cristian Odiot, marqués de Champcey d'Hauterive; investido por una especie de tradición secular de la dirección de los negocios de la familia Dougalt Delatouche, y admitido con una respetuosa familiaridad de largo tiempo atrás, cerca de la joven heredera de aquella casa, debí emplear todos los argumentos de la razón para combatir las inclinaciones de su corazón y retraerla de aquella funesta alianza, y digo funesta alianza, no porque la fortuna del señor de Champcey fuese, á pesar de algunas hipotecas que la gravaban á la sazón, menos que la de la señorita Delatouche.