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Empezó a impacientarse el resto de la comitiva por este trabajo laborioso. Nada quedaba en la tienda digno de ser devorado. Gómez y sus compatriotas se entretenían saltando los bancos de la plaza. Los padrinos pensaban con nostalgia en el comedor del buque. Eran las once en el reloj de la tienda, y el Goethe zarpaba a las doce.

Ambos, callados y taciturnos, contemplaron largamente la hoguera que Linón atizaba pausadamente. Pero la morenita concluyó por impacientarse de este silencio. ¿Por qué no bailas, Jacinto? Porque á sólo me apetece bailar contigo. Pues entonces puedes sentarte y esperar, porque va para largo. ¿No me quieres por pareja? , pero más tarde... el día en que principies á afeitarte.

Trampeta en persona, que daba sus vueltas por allí, llegó a impacientarse viendo al inmóvil testigo, pues ya otra olla rellena de papeletas, cubiertas a gusto del alcalde y del secretario de la mesa, se escondía debajo de ésta, aguardando ocasión propicia de sustituir a la verdadera urna.

El coche del gobernador arrancó al fin trabajosamente a lo largo de la calle, y desde aquel momento, nerviosa y agitada Currita, pareció impacientarse mucho por aquella misma detención que poco antes la había divertido tanto.

El tío Ventolera pasaba de Riquer a otros valerosos patrones de corsos anteriores a él; pero Jaime, molestado por su charla, en la que latía un deseo de asombrar a la isla de Mallorca, vecina y enemiga, acabó por impacientarse. ¡Que son las doce, abuelo!... Vámonos; ya no pican. El viejo miró el sol, que sobrepasaba la cumbre del Vedrá. Aún no era mediodía, pero faltaba poco.

También Ripamilán estaba hermoso a su manera». En tanto el público empezaba a impacientarse, se iba acabando la formalidad, y en algunos rincones se oían risas que provocaba algún chusco.

Esta actitud extraña, que en el espíritu no muy penetrante de Soledad se prestaba á diversas interpretaciones, concluyó por rendirla enteramente. Principió á impacientarse, á desear con ansia que de una vez le confesase su amor, á buscar ocasiones para que esto pudiera efectuarse. Y, en su inocencia verdaderamente infantil, llegó á ciertos extremos ridículos.

Obdulia, que durante los últimos meses le había visto con pena distraído, sintió gran alegría al hallarle de nuevo atento, solícito, escuchándole horas enteras desahogar las menudas preocupaciones de su espíritu sin impacientarse. Era un retorno feliz a la dulce confianza, a las pláticas místicas, a las familiaridades de antes.

Leonora, siempre sonriente, parecía impacientarse. Bien sabían en la casa que ella no admitía réplicas. Vamos, Rafael, no sea usted tonto. Habrá que tratarle como a un niño. Y cogiéndole por una manga, como si se tratara de un chiquitín, comenzó a tirarle de la chaqueta. El joven, en su turbación, no sabía lo que le pasaba.

La contemplación de las maravillosas obras antiguas y modernas reunidas en Roma, el trato con artistas ilustres, las negociaciones y diligencias seguidas para traer a España fresquistas y adquirir los cuadros que Felipe IV le había encargado, eran causas sobradas, para que Velázquez estuviese en la ciudad de los papas ocupado muy a su gusto; mas el Rey que comenzaba a impacientarse, le mandó llamar teniendo, por las trazas, que hacerlo repetidas veces sin que el artista se apresurase a la obediencia.