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El tío Ventolera pasaba de Riquer a otros valerosos patrones de corsos anteriores a él; pero Jaime, molestado por su charla, en la que latía un deseo de asombrar a la isla de Mallorca, vecina y enemiga, acabó por impacientarse. ¡Que son las doce, abuelo!... Vámonos; ya no pican. El viejo miró el sol, que sobrepasaba la cumbre del Vedrá. Aún no era mediodía, pero faltaba poco.

Con la mujer mostrábase alegre, aunque un tanto resentido en su amor propio porque ella parecía dudar de sus fuerzas. Ya recibiría noticias de la corrida próxima. Iba a asombrar al público, para que éste se avergonzase de sus injusticias. Si los toros eran buenos, quedaría como el propio Roger de Flor... aquel personaje que siempre tenía en boca el mamarracho de su cuñado. ¡Los toros buenos!

De pronto sentía un deseo furioso de recibir visitas, de ser admirada, de asombrar con sus dispendios, y organizaba grandes fiestas, lamentando que el Municipio de París no le permitiese iluminar á sus expensas, como en una fiesta nacional, toda la Avenida de los Campos Elíseos y el Arco de Triunfo, para que los invitados llegasen hasta su puerta entre fulgores de apoteosis.

No parece sino que esos advenedizos de la fortuna, que apenas cuentan un siglo de vida nacional, quieren asombrar al viejo mundo con la exhibición de su extraordinaria vitalidad. Los ingleses, aun envidiando esa expansión de fuerzas y esa potencia un poco insolente, no pueden evitar cierta predilección hacia aquellos hijos ingratos que se emanciparon de su madre.

Todos llevamos nuestro plan gigantesco para asombrar al Nuevo Mundo y encadenar a la fortuna. Hasta los que se volvieron de América desesperados retornan con nuevos bríos. ¿Por qué no ha de tener Maltrana su negocio?... Crea usted que los que han fundado Bancos allá no valían más que yo ni tenían el talento de Martorell, que es un águila para estas cosas.

Además, señalaba al hermano, sentado a dos pasos de ellos, mostrándoles la espalda, mientras intentaba asombrar al chófer con su vasta erudición en marcas de automóviles. Pero Nélida levantó los hombros. ¡Lo que le importaba aquel tonto! ¡Ojalá arreglase Dios las cosas de modo que cayese del asiento y las ruedas lo convirtiesen en papilla!...

¿Por qué había de asombrar, o mejor dicho, no era natural, que en un ímpetu de celos, de odio, de rencor, esas personas, que se creían superiores a todas las leyes, destruyeran una vida después de haberse dedicado a la destrucción de tantas obras?

Y enardecido por su repentino entusiasmo, trazaba un plan de heroísmos. Iba á hacerse soldado. Pronto oiría hablar de él. Su propósito era quedar tendido en el campo al primer encuentro ó asombrar al mundo con sus hazañas. De un modo ú otro resolvería su vergonzosa situación: el olvido de la muerte ó la gloria. ¡No! exclamó ella interrumpiéndole con angustia . , no.

No supe al principio qué contestar, porque, a decir verdad, en mis catorce años de vida no se me habíapresentado aún ocasión de asombrar al mundo con ningún hecho heroico; pero el oírme llamar hombre me llenó de orgullo, y pareciéndome al mismo tiempo indecoroso negar mi valor ante persona que lo tenía en tan alto grado, contesté con pueril arrogancia: «, mi amo: soy hombre de valor».

Ignoro si allí habia los dos mil millones de reales á que subia la recaudacion; ignoro si en aquellas piras de oro se habian vertido seis mil doscientos cincuenta talegas de onzas; pero si no habia este número, habia tantas, que bastaban para asombrar al cristiano de más espíritu.