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Es negro el corcel mío como nube de otoño; blanca estrella como la aurora brilla sobre su frente; da al viento su crin hermosa, como garzotas ondantes, y sus pies cuatralbos vibran centellas de fuego. Vuela, vuela, bridón mío, el de la estrella blanca; selvas, montañas, abrid paso, dadme lugar. En vano la verde palma se me brinda con sus dátiles y sombra; yo desprecio su hospedaje.

Y uno de los que presentes estaban respondió: -Yo, señor, porque leer y escribir, y soy vizcaíno. -Con esa añadidura -dijo Sancho-, bien podéis ser secretario del mismo emperador. Abrid ese pliego, y mirad lo que dice. Hízolo así el recién nacido secretario, y, habiendo leído lo que decía, dijo que era negocio para tratarle a solas.

¿Porqué no casáis á vuestro sobrino con vuestra hija?... aunque os lo están acostumbrando mal: ¡habérsele llevado el tío Manolillo á casa de la Dorotea!... Quedad, quedad con Dios, que vos por hablar os olvidáis de todo, y yo no puedo olvidarme de nada. Conque hasta más ver: muchas cosas al señor Melchor. Id con Dios y abrid los ojos.

-Pues, en verdad -dijo el cura- que no le ha de valer al hijo la bondad del padre. Tomad, señora ama: abrid esa ventana y echadle al corral, y principio al montón de la hoguera que se ha de hacer. Hízolo así el ama con mucho contento, y el bueno de Esplandián fue volando al corral, esperando con toda paciencia el fuego que le amenazaba. -Adelante -dijo el cura.

Las cabritas, que tenían su puerta muy bien atrancada, le respondieron desde adentro: ¡Ábrela, guapo! Á la mañana siguiente fué y se escondió, y oyó lo que la madre les dijo á las chivitas, que fué lo propio del día antes. Á la tarde se vino muy de quedito, y arremedando la voz de la cabra, se puso á decir: ¡Abrid, hijitas, abrid! Que soy la madre que os parí.

Ya está Salomón en el vestíbulo dijo el squire , y me parece que toca mi aire favorito: «El pequeño labrador de cabellos rubios». Nos quiere insinuar que no nos damos bastante prisa para oírlo tocar. Bob agregó dirigiéndose a su tercer hijo, mozo de largas piernas que estaba en el otro extremo de la mesa , abrid la puerta y decidle a Salomón que entre. Que nos toque aquí una pieza.

El patinillo quedó á obscuras. Cuando volvió doña Ana, el duque la dijo: Abrid el postigo, señora. Pero abridle silenciosamente dijo el alcalde. Doña Ana abrió en silencio el postigo. Ahora, alcalde, sacad ese cadáver á la calle.

Quieren apellidarse restauradores, pero su restauracion es con sobrada frecuencia, una nueva revolucion, á veces tan terrible como la que tratan de combatir. Abrid los libros de texto de las escuelas, y en ellos encontraréis muchas de las cosas que ahora se os presentan cual descubrimientos importantes. Los grandes filósofos se glorian de saber, lo que antes aprendian los niños.

Un hombre salió de la trastienda con paso acelerado, como si le persiguieran. ¡Don Eugenio! exclamaron los dependientes . ¿Adonde va usted...? Dejadme, muchachos. Ya me ha dicho el señor de arriba que no me marche.... Pero primero me matan que me quedo. Yo no puedo seguir aquí... ésta no es mi casa.... ¡Dejadme pasar...! ¡Abrid la puerta...!

11 Y extenderá su mano por en medio de él, como la extiende el nadador para nadar; y abatirá su soberbia con los miembros de sus manos; 12 y allanará la fortaleza de tus altos muros; la humillará y la derribará a tierra, hasta el polvo. 2 Abrid las puertas, y entrará la gente justa, guardadora de verdades.