United States or Austria ? Vote for the TOP Country of the Week !


Callaba por miedo al presidio. El cuarto del crimen, la sala de los juegos de azar, y más concretamente de la ruleta y el monte estaba en el segundo piso. Se llegaba a ella después de recorrer muchos pasillos obscuros y estrechos. La autoridad no había turbado jamás la calma de aquel refugio repuesto y escondido del arte aleatorio, ni en los tiempos de mayor moralidad pública.

No: yo no soy cristiana, sino idólatra materialista. Aquí hizo Pepita una larga pausa. D. Luis no sabía qué decir y callaba. El llanto bañaba las mejillas de Pepita, la cual prosiguió sollozando: Lo conozco: Vd. me desprecia y hace bien en despreciarme. Con ese justo desprecio me matará usted mejor que con un puñal, sin que se manche de sangre ni su mano ni su conciencia. Adiós.

La leve turbación de mi espíritu que siguió al dichoso comienzo de mi vida literaria se desvaneció muy de prisa. A la efervescencia excitada por una producción pronta, arrastradora, casi irreflexiva, sucedió una gran calma, es decir, un momento de serenidad y de examen singularmente lúcido. Había en un antiguo yo mismo de quien ya hace largo tiempo que no le hablo a usted, que callaba pero que sobrevivía. Aprovechó aquel momento de reposo para reaparecer usando un severo lenguaje. Con los avasallamientos de mi corazón me había emancipado por completo.

La brisa se dormía y el silbido de los sapos llenaba el campo de perezosa tristeza, como cántico de un culto fatalista y resignado. Los ruidos de la ciudad alta llegaban apagados y con intermitencias de silencio profundo. En la Colonia, más cercana, todo callaba.

Don Quijote callaba, y Sancho andaba muerto por ver el rostro de la Trifaldi y de alguna de sus muchas dueñas, pero no fue posible hasta que ellas de su grado y voluntad se descubrieron.

Porque Carlos había tenido mucha pena, y ella también de rechazo, pero ella se callaba sabiendo por experiencia que la mano más delicada es siempre torpe al tocar ciertas heridas... Y las horas pasaban lentamente; el crepúsculo desplegaba su velo gris por los campos y ya comenzaba el desfile del regreso. Delante del Correo detúvose un coche y apareció en el umbral el anciano general Estry.

El zapatero, con la cabeza baja, sin dejar su trabajo, seguía atentamente la relación de tantas maravillas. Todos convenían en lo mismo cuando callaba Gabriel.

La saludó Febrer al entrar con ella en la caja movible y dijo algunas palabras en francés para entablar conversación. La inglesa callaba, mirándolo fijamente con sus pupilas azules claras, en las que parecía flotar una estrella de oro. Permaneció inmóvil como si no le entendiese, pero Jaime la había visto en el salón de lectura hojeando diarios de París.

Adivinó en los ojos de antílope de Cachafaz que callaba otras cosas y quería decírselas á él, pero á solas. Sonreía el pequeño con desprecio al escuchar cómo los otros daban señas contradictorias describiendo á los asaltantes. Todos creían conocerlos y cada uno los había visto de distinto modo.

Entraba en aquel momento Celedonio el acólito que se metió en la conversación diciendo: No señor, ya se han ido. Eran doña Visita y la señora Regenta. Se han ido. Yo hablé con ellas. Les dije que hoy no se sentaba el señor Magistral; y doña Visita que ya quería irse antes, cogió del brazo a doña Ana y se la llevó. ¿Y qué decían? preguntó don Cayetano. Doña Ana callaba.