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El clérigo no contestó; pero en sus ojos brilló una chispa de malicia, que me indicó que sólo callaba por prudencia. Bien dije después de chupar tres o cuatro veces el cigarro en silencio. Pues lo único que le ruego, por ahora, es que no se moleste a la hermana.

62 Y levantándose el sumo sacerdote, le dijo: ¿No respondes nada? ¿Qué testifican éstos contra ti? 63 Mas Jesús callaba. Respondiendo el sumo sacerdote, le dijo: Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres el Cristo, Hijo de Dios. 65 Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestidos, diciendo: Ha blasfemado; ¿qué más necesidad tenemos de testigos? He aquí, ahora habéis oído su blasfemia.

Por primera vez en aquella noche la vi reír. Yo sabía añadió después que todas las sospechas caían sobre , y callaba. Jamás hubiera delatado a la pobre Asunción. Esperaba arrancarle de la cabeza esa locura, y en una ocasión creí conseguirlo.

La pobre Tribuna, tan intrépida cuando peroraba, se halló del todo cortada y recelosa, y creyó sentir que le anudaban la garganta con un dogal. Esperó en vano una expansión, una caricia dulce y apasionada, que no vino. Baltasar se callaba cosas muy buenas, y seguía taciturno.

Vio con el mismo aspecto exterior cosas y personas al salir de su abstracción; pero una vida interna, ruidosa y móvil parecía haber nacido en las cosas hasta entonces inanimadas, mientras la vida ordinaria callaba y se encogía en las personas, como poseída de súbita timidez.

Pero el otro no callaba; volvió a la carga sobre aquello de los pájaros gordos, que parecían repletos y sin embargo iban a pedirle un poco de alpiste, bajo secreto de confesión... Jacinto no chistó. O no hay nada, o no sabe nada se dijo don Raimundo. Entretanto, en el escritorio, Quilito se aburría.

Era Noche-Buena, y si todo callaba en la triste vivienda recién visitada de la muerte, fuera, en las calles de la ciudad, y en todas las demás casas, resonaban placenteras bullangas de groseros instrumentos músicos, y vocería de chiquillos y adultos cantando la venida del Mesías.

Era difícil hacer llegar a sus manos carta o billete amoroso. Y si bien, merced a algunas viejas audaces, que donde quiera las hay de sobra, doña Luz había recibido papelitos en prosa y hasta en verso, constantemente los había devuelto sin abrir. Y no podía haberla, porque doña Luz callaba toda razón ofensiva. No se sentía inclinada al matrimonio. No amaba. Nadie manda en su corazón.

Bastábale para ser feliz y considerarse dueño de Tónica oír su voz, trémula por la emoción que le causaba un paseo tan íntimo. De pronto, Juanito pareció despertar. ¡Qué diablo! Ya estaban casi en la mitad del camino, cerca del Mercado, y él callaba, sin atreverse a decir lo que tan pensado tenía.

Y Tiburcio no pasaba nunca más adelante, ni aclaraba mejor su pensamiento. Por sus reticencias, con todo, presumía Morsamor que Tiburcio atribula las artes y las ciencias de los mahatmas a la intervención del diablo. ¿Crees le decía Morsamor que el diablo interviene en esto? Tiburcio no contestaba , ni no. Se reía y se callaba.