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Creyendo adivinar Ricardo lo que pensaba el pequeño, así que hubo pasado la alambrada de la estancia se dirigió hacia el rancho de Manos Duras, que muchas veces había visto de lejos. Lleva mal rumbo, patroncito dijo Cachafaz. Y señalando lo más alto de la cortadura que daba sobre el río por la parte de la Pampa, añadió: Vamos para allá, al rancho de la India Muerta.

Cuando el pelotón de jinetes fué pasando ante la casa que había sido de Pirovani, Robledo miró sus ventanas con cierta inquietud. «¡Si iremos se dijo al encuentro de otra desgracia proporcionada por esa mujerEn aquel momento Watson abandonaba su caballo y seguido de Cachafaz empezó á arrastrarse entre ásperos matorrales.

Algunos individuos de la expedición desmontaron para examinar al hombre recién herido y también al otro cordillerano derribado por don Carlos. Lo que atrajo la atención del joven fué la presencia de su propio caballo, sobre el cual se erguía con aire de importancia el pequeño Cachafaz, señalando con un dedo acusador á los tres vencidos.

Ricardo Watson, que corría el campo, deseoso de aproximarse á la estancia y temiendo al mismo tiempo irritar á Celinda con su presencia, vió también pasar á lo lejos al señor Rojas con dirección á la Presa. Esto pareció infundirle ánimo. Pero á continuación sintió miedo. No osaba acercarse á la estancia, temiendo que fuese Cachafaz el único que saliese á recibirle. Era mejor vagar por el campo.

Las gentes de la estancia miraban con un respeto supersticioso á la madre de Cachafaz, por creerla bruja y en oculto trato con los espíritus que aullan y giran dentro de las columnas de arena, altas como torres, levantadas por el huracán en la altiplanicie. Al ver la melancolía de Celinda y sorprenderla otras veces llorando, la india movía su cabeza, como si esto confirmase sus opiniones.

Regocijado el estanciero por la noticia siguió á Cachafaz, sin soltar por esto la calabacita del mate, chupando, mientras marchaba, la bombilla de plata. Quería que el «chasque» ó emisario llegado á todo correr de su caballo le diese más explicaciones sobre este aviso.

Adivinó en los ojos de antílope de Cachafaz que callaba otras cosas y quería decírselas á él, pero á solas. Sonreía el pequeño con desprecio al escuchar cómo los otros daban señas contradictorias describiendo á los asaltantes. Todos creían conocerlos y cada uno los había visto de distinto modo.

Y con el dedo fué señalando toda la línea del horizonte. Comprendió Watson que para el amigo Cachafaz, hijo del desierto, «ahorita mismo» significaba una hora, dos ó tal vez tres, y «ahí cerquita» algo así como un par de leguas. Pero necesitaba ver á Celinda, estaba resuelto á buscarla, y empezó á galopar por el campo, confiándose á su buena suerte.

Dos caballos iban de un lado á otro con paso tardo, buscando las hierbas ralas para mascarlas, y un hombre estaba sentado en el suelo teniendo un rifle sobre las rodillas. Cachafaz le habló al oído tenuemente. Es uno de los que se llevaron á la patroncita. Por más que miró Watson estirando su cuello, no pudo ver á otra persona.

Empezó á dudar si los raptores de Celinda la habrían ocultado allí, ó estaría la joven en un escondite más difícil de descubrir, bajo la guarda de los otros dos cordilleranos. Al fin, cansado de una observación sin éxito, se deslizó por la colina de arena, viniendo á sentarse en el lugar donde Cachafaz había montado su caballo.