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Cuando llegaron á él, siguiendo á los tres perros, que retrocedían sin dejar de mostrarles sus colmillos y ladrando furiosos, vieron á los dos cordilleranos todavía á caballo, y á Piola, con su carabina apoyada en el pecho, pronto á hacer fuego. Don Carlos se dirigió á él como si fuese el jefe. ¿Dónde está mi hija? preguntó impetuosamente.

Robledo y el comisario salieron á su encuentro, mostrando gran alegría al reconocer á Celinda. Frente á las ruinas estaban los otros hombres de la expedición. Después de curar á su modo á los dos cordilleranos heridos, los vigilaban, así como á Piola, hablando de conducirlos al día siguiente á la cárcel de la capital del territorio.

El viejito va á ver lo que le cuesta amenazarme dijo el gaucho con una sonrisa rencorosa. Uno de los cordilleranos, apodado Piola, que por su edad y sus ademanes autoritarios parecía ejercer cierta influencia sobre sus dos acompañantes, movió la cabeza como si dudase de tales palabras.

Empezó á dudar si los raptores de Celinda la habrían ocultado allí, ó estaría la joven en un escondite más difícil de descubrir, bajo la guarda de los otros dos cordilleranos. Al fin, cansado de una observación sin éxito, se deslizó por la colina de arena, viniendo á sentarse en el lugar donde Cachafaz había montado su caballo.

Piola dió un grito y Manos Duras salió del rancho, asomándose á la esquina de adobes y quedando visible por unos momentos para los que espiaban tendidos entre los matorrales. Eran los cordilleranos que llegaban.