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Vió á don Carlos, que, montado ya en el caballo, apuntaba con su revólver á Piola.

Cuando llegaron á él, siguiendo á los tres perros, que retrocedían sin dejar de mostrarles sus colmillos y ladrando furiosos, vieron á los dos cordilleranos todavía á caballo, y á Piola, con su carabina apoyada en el pecho, pronto á hacer fuego. Don Carlos se dirigió á él como si fuese el jefe. ¿Dónde está mi hija? preguntó impetuosamente.

De un puntapié apartó Piola las maderas mal unidas que cerraban la entrada del rancho. La presencia del cordillerano hizo que Manos Duras abandonase su lucha con Celinda.

Al ver á su camarada se esforzó por serenarse, hablando con una alegría feroz. Lo que yo te dije, hermano; empieza uno por juego y acaba interesándose. No se puede estar en paz al lado de una buena moza. Pero calló al notar que Piola le miraba como reconviniéndole. Vos ahí de farra, como un muchacho, mientras afuera pasa lo que pasa.

En vano Piola gritaba levantando sus brazos: ¡Hermanos, no nos baleen, que somos gentes de paz y nos entregamos!... Los que llegaban no querían oir y seguían disparando sus rifles á pesar de las órdenes de Robledo. Cayó herido el camarada de Piola, y éste juzgó oportuno echarse al suelo, buscando refugio detrás de su caballo.

Piola continuo: Tal vez tengas vos tus razones para eso. Nosotros te ayudamos como hermanos, pero si te han dado plata por llevarte á esa señorita, debías partírtela con nosotros. El gaucho tomó una actitud altiva. Nada de plata. Te expliqué que esto es venganza; la peor para ese viejito que me insultó... Ya sabés también nuestro trato.

Rojas llevaba su caballo de las riendas, y lo dejó en el mismo sitio donde Ricardo había dejado antes el suyo. Luego subieron de rodillas y apoyándose en las manos la pendiente arenosa desde cuyo filo podían observar el rancho de la India Muerta. Al asomarse entre el ramaje, vieron á Piola sentado en el suelo, lo mismo que antes, pero solo, pues Manos Duras había desaparecido.

Me la guardáis, y luego, cuando estemos en la Cordillera, será para vosotros. Piola sonrió con una alegría repugnante al oir mencionar este convenio. Bueno; te la guardaremos dijo . Tu serás el primero... es que vuelves á juntarte con nosotros no más lejos que mañana.

El viejito va á ver lo que le cuesta amenazarme dijo el gaucho con una sonrisa rencorosa. Uno de los cordilleranos, apodado Piola, que por su edad y sus ademanes autoritarios parecía ejercer cierta influencia sobre sus dos acompañantes, movió la cabeza como si dudase de tales palabras.

Le escuchó el gaucho andino con rostro impasible, como si no le comprendiese. Nada de palabras inútiles continuó el estanciero . Si lo que queréis es plata, hablemos, y puede que nos entendamos. Piola permaneció silencioso. Mientras tanto, obedeciendo tal vez á una seña de él, los dos hombres montados se alejaron, examinando el horizonte.