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Entonces íbamos nosotros a restablecer el orden; pero, si se juntaban los dos bandos, teníamos que retirarnos a popa y algunas veces meternos en la cámara y cerrar la escotilla, sacar los rifles y prepararnos para la defensa.

Albizu y yo daríamos a la bomba; Arraitz y Burni nos escoltarían armados de rifles, y a la puerta de la sobrecámara quedarían el teniente y Nissen para dar, en caso de necesidad, la voz de alarma. Salimos despacio; hicimos funcionar la bomba del aljibe de popa. Nos figurábamos que no daría agua. Efectivamente: estaba agotado. Había que acercarse al castillo de proa.

En vano Piola gritaba levantando sus brazos: ¡Hermanos, no nos baleen, que somos gentes de paz y nos entregamos!... Los que llegaban no querían oir y seguían disparando sus rifles á pesar de las órdenes de Robledo. Cayó herido el camarada de Piola, y éste juzgó oportuno echarse al suelo, buscando refugio detrás de su caballo.

Bolívar pasó en seguida el Arauca con un regimiento de caballeria de guias del Apure, un escuadron de carabineros y dos de lanceros del Alto Llano de Carácas, los batallones Rifles, Albion, Barcelona y Bravos de Paez á las órdenes de Anzuátegui.

Á los pocos dias, se trasladó el Gobierno Dictatorial á la casa que fué Gobierno Civil de los españoles en Cavite, porque la aglomeración de personas que de todas partes acudían, hacía estrecha la primera que se tomó de un particular, y en esta fué donde recibí la grata noticia de la llegada de la expedición de armas, que fueron desembarcadas en el mismo dique del Arsenal á la vista del cañonero Petrell siendo 1.999 el número de rifles, y 200.000 el de municiones con otros armamentos particulares.

En la tercera, dirigida por el coronel Plaza, figuraban los batallones Rifles, Granaderos, Anzuátegui, vencedor en Boyacá y un regimiento de caballeria. El total de estas tres columnas era de unos 6.000 combatientes. Altamente gloriosa, y con la insignificante baja de 200 hombres entre muertos y heridos, fué la jornada de Carabobo.

Al farmacéutico Duvierti le obligaron, poniéndole los rifles al pecho, á entregar todo el dinero que poseía, y lo mismo hicieron con los dueños y dependientes de las casas mercantiles de Celedonio Gómez, Mancebo Hno., Isidoro Campa, Cucirié y Co., J. Servet y otras muchas.

Ryp, el cocinero, registró los armarios de Zaldumbide y vino ayudado por dos amigos con tres cofres de latón. Otros, por orden del teniente, bajaron los rifles. Embarcamos tres cajas de galleta, agujas, tijeras, todo lo que pudimos. La ballenera llevaba un barril de agua y una linterna, que nos serviría para mirar de noche la brújula.

Robledo sacó su revólver, y espoleando á su caballo se fué metiendo entre los contendientes, apuntando á unos y á otros, al mismo tiempo que gritaba, exigiendo orden. Ayudado por los vecinos que iban llegando, muchos de ellos con rifles, pudo restablecer una paz momentánea.

La pieza que servía de salón, despacho y comedor, donde don Carlos recibía á sus visitas, estaba adornada con unos cuantos rifles y pieles de pumas cazados en las inmediaciones. El estanciero pasaba gran parte del día fuera de la casa, inspeccionando los corrales de ganado más inmediatos.