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Actualizado: 3 de junio de 2025
Robledo y el comisario salieron á su encuentro, mostrando gran alegría al reconocer á Celinda. Frente á las ruinas estaban los otros hombres de la expedición. Después de curar á su modo á los dos cordilleranos heridos, los vigilaban, así como á Piola, hablando de conducirlos al día siguiente á la cárcel de la capital del territorio.
Corrió hacia su caballo, que seguía rumiando la hierba sin asustarse de los tiros, como si estas detonaciones fuesen ordinarias en su existencia. Luego desapareció detrás del rancho. Piola pareció olvidarse de Watson, para pensar en su propia seguridad. También era hombre de á caballo, y se consideraba más seguro y fuerte sobre la silla que á pie.
Rojas hizo nuevos ofrecimientos, al mismo tiempo que se esforzaba por contener su indignación, dando á su voz una exagerada melosidad. No sé de qué me habla, señor contestó al fin Piola . Se equivoca usted. Nunca he visto á esa señorita. ¿Acaso ustedes no son amigos de Manos Duras?
Además, me iré primeramente á mi rancho, por si alguien se allega por allá, y sólo á la tardecita entraré en la Presa, como otras veces... Creo que á media noche habré terminado mi negocio y podré salir para alcanzaros. Guiñó un ojo Piola, señalando al mismo tiempo con su diestra el rancho inmediato. ¿Qué dice ella? Cree que nos la hemos llevado para pedirle dinero al viejo.
Cuando Piola dió vuelta á la esquina, Rojas montaba ya en su caballo. Por un sentimiento atávico de centauro de estancia, se consideraba más fuerte y más seguro de este modo que á pie.
Le había tomado gusto á esta aventura y no admitía modificaciones en ella. Deseaba conservar á Celinda, y al mismo tiempo no quería renunciar á su vuelta al pueblo, así que cerrase la noche, para hacer aquel cobro del que hablaba misteriosamente. También podés vos hacer otra cosa continuó Piola . El padre ofrece plata si le devolvemos la muchacha, y... Pero no pudo continuar.
Piola dió un grito y Manos Duras salió del rancho, asomándose á la esquina de adobes y quedando visible por unos momentos para los que espiaban tendidos entre los matorrales. Eran los cordilleranos que llegaban.
Mientras él se alejaba llevándose á la muchacha, ellos se quedarían allí con la tropilla. Piola se encargaba de convencer al viejo de la falsedad de sus sospechas. Y si llegaban otros hombres del cercano pueblo, se convencerían también viéndolos sin ninguna mujer y sin Manos Duras de que eran unos viajeros pacíficos que habían hecho alto en aquel lugar. El gaucho le escuchó con impaciencia.
Los dos bandoleros continuaron hablando, sin sospechar que sobre el borde de la pendiente que tenían junto á ellos se deslizaba un hombre espiándolos. El acompañante de Manos Duras, que era el llamado Piola, le habló con tono de reconvención. Bien sabes vos que no me gustan negocios en que hay hembras de por medio. Casi nunca terminan bien, y además arman un bochinche de los demonios.
Manos Duras y sus tres amigos, tendidos en el suelo, le vieron pasar á lo lejos con dirección al pueblo. Teniendo sus caras junto á las raíces de los matorrales, hablaron y rieron con frío cinismo. Va en busca de la vaca que nos comimos ayer dijo Piola. Y Manos Duras añadió, acompañando sus palabras con un mueca impúdica: Veremos qué dice cuando nos hayamos llevado su vaquillona...
Palabra del Dia
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