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¿Y al gringo también? preguntó Piola con ironía . Vos encontrás fácilmente el remedio á todo. Se mostraba inquieto el cordillerano, como si su instinto le hiciese presentir la proximidad del peligro. Ya no creía que aquellos dos hombres hubiesen llegado solos. Otros indudablemente iban á venir, para darles ayuda.

Nada le importaba que el cordillerano tuviese su carabina pronta sobre las rodillas.

Este se había fijado especialmente en Watson, pues por ser más joven, le infundía mayor cuidado, volviendo hacia él su carabina, y don Carlos aprovechó el olvido en que le dejaba para sacar cautelosamente su revólver, apuntando al pecho del cordillerano y haciendo fuego. Al caer este enemigo, Watson se inclinó inmediatamente sobre él para apoderarse de su arma.

De un puntapié apartó Piola las maderas mal unidas que cerraban la entrada del rancho. La presencia del cordillerano hizo que Manos Duras abandonase su lucha con Celinda.

Algunos individuos de la expedición desmontaron para examinar al hombre recién herido y también al otro cordillerano derribado por don Carlos. Lo que atrajo la atención del joven fué la presencia de su propio caballo, sobre el cual se erguía con aire de importancia el pequeño Cachafaz, señalando con un dedo acusador á los tres vencidos.

Mientras hablaban los dos, Ricardo, alejándose un poco de ellos, intentó dar vuelta al rancho para llegar á su puerta; pero el otro cordillerano, adivinando su intención, se colocó ante él, levantando la carabina como si fuese á apuntarle.