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Actualizado: 10 de mayo de 2025
Quedó riendo Cachafaz de sus propias palabras, mientras Watson miraba con tristeza hacia la casa. Luego hizo dar vuelta á su cabalgadura y se alejó relativamente consolado, por una resolución que acababa de adoptar. «Volveré mañana... se dijo . Volveré todos los días, hasta que me perdone.» Aquella tarde la pasó Elena sola en su salón.
Dígame cuándo será eso del duelo... Necesito saberlo. Moreno se resistió á hacer tal revelación, y el comisario, en vista de su rebeldía, fué dulcificando el tono de su voz. Dígamelo y no sea cachafaz. Piensen todos ustedes que no está bien que ocurran aquí tales cosas hallándome yo presente. Dígame cuándo será eso... para marcharme antes.
Fueron tales sus gritos y repitió tanto su nombre para inspirar confianza, que al fin sonaron pasos en el interior del edificio y asomó á una puertecita el rostro arrugado y cobrizo de la madre de Cachafaz. Otras criadas y peones de la estancia, todos mestizos, fueron surgiendo de sus escondites, balbuceando respuestas ininteligibles ó persistiendo en un silencio de terror.
Al salir de su casa quedó perplejo viendo que el jinete había desaparecido. Corrió Cachafaz la tierra inmediata, así como los corrales, dando gritos, sin poder descubrir al «chasque». Finalmente, Rojas se encogió de hombros, y contento por la noticia, quiso explicarse esta desaparición. Don Roque, para darle el aviso con más prontitud, se lo había enviado con algún viandante que tenía que hacer un largo rodeo en su marcha y deseaba no perder tiempo.
Celinda permanecía invisible, y él no osaba presentarse en la puerta de la casa, por miedo á que la hija de Rojas le recibiese hostilmente. Otra vez el pequeño Cachafaz apareció junto á las patas de su caballo, con una oportunidad providencial. Dile á la señorita Celinda si puedo entrar á saludarla.
Watson sintió cierto asombro al poder avanzar á gatas entre el ramaje de la colina arenosa sin que el ladrido de ningún perro avisase su presencia. Esto le hizo temer que Cachafaz se hubiera equivocado en sus deducciones y el rancho estuviese desierto.
Esta mañana dijo salió disparado el patrón... Anoche nos robaron una vaca. Pero Ricardo le preguntó algo que consideraba más interesante. ¿Dónde está tu patroncita, Cachafaz? El llamado Cachafaz, á causa de sus diabluras, sacó el índice que tenía en la nariz para señalar á lo lejos. Ahorita mismo acaba de irse. La encontrará ahí cerquita no más.
Yo le buscaré un machi que la ponga buena, niña, sacándole esa tristeza que le han dado los ayacuyás. ¡Pero que no lo sepa el patrón!... Celinda sonreía de los remedios propuestos por la madre de Cachafaz, y cuando se cansaba de permanecer encerrada en la estancia iba en busca de su caballo para correr el campo sin objeto. Ya no se vestía de muchacho.
Retrocedió á rastras, abandonando su observatorio, y al llegar al pie de la colina sacó de un bolsillo un lápiz y una carta olvidada, de la que arrancó una hoja. Cachafaz le miró mientras escribía, con sus ojos de animalejo astuto, como si adivinase lo que iba á encargarle. Le entregó Ricardo el papel, señalando á continuación el lugar donde había dejado su caballo.
Cerca del edificio principal salió á su encuentro Cachafaz, avisado por los ladridos de unos perros que daban saltos ante las patas del caballo, pretendiendo morderle. Los espantó el pequeño con sus gritos, escuchando después con la gravedad de una persona mayor lo que le dijo el emisario. Fué tanta su alegría al recibir el recado, que olvidando al jinete corrió hacia la estancia.
Palabra del Dia
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