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Actualizado: 8 de junio de 2025


Señorita, le aseguro que sólo la discreción... el respeto... el temor... ¡Oh Dios mío! ¡el respeto... el temor... se chancea usted! Positivamente nosotros valemos menos que usted. Mi madre que pretende, yo no por qué, que debemos tratarle con una consideración muy distinguida, suplicóme, me inmolara en el altar de su orgullo, y como hija obediente me inmolo.

Todos los momentos que la farmacia le dejaba libre, aprovechábalos para correr a casa de su amigo y prestarle cualquier servicio que estuviese a su alcance: era tan bueno, tan cariñosote, tan respetuoso, que apesar de la distancia que los separaba y que el boticario se complacía en reconocer, D. Bernardo condescendió magnánimamente a tratarle, a dejar que le acompañase en el paseo y hasta a dar alguna que otra vez una vuelta por la botica y jugar allí un tresillo.

Ella ya había distinguido entre todos al hombre del cual quería ser, pero no le había prometido nada y experimentaba una cierta alegría en tratarle como a los demás y en ocultarle su preferencia. Se divertía en hacerle dudar de su dicha, en llevarle de la esperanza al temor, en someterle todos los días a una prueba.

En la aldea comenzaban a tratarle con familiaridad: le llamaban D. Andrés el sobrino del señor cura, y le instaban para que entrase en las casas, y le agasajaban mucho cuando le tenían dentro. Se había corrido la voz de que era rico y que «escribía en los papelesNo había necesidad de más para que el pueblo entero le respetase y se interesase por su salud.

Hay que tratarle como a los chiquillos». «Pero mujer, te marchas y me dejas así... ¡qué alma tienes! gritó el Delfín cuando vio entrar a su esposa . Vaya una manera de cuidarle a uno. Nada... Lo mismo que a un perro». Hijo de mi alma, si te dejé con Plácido y tu mamá... Perdóname, ya estoy aquí.

Y eso que siempre ha tenido los mayores deseos de tratarle personalmente, por las simpatías ardientes que su carácter, sus prendas y sobre todo sus escritos me merecían. De ahí, pues, que estuviera obligado a hablar de este libro. Digo esto para demostrar que la demora en hacerlo ha sido del todo ajena a mis deseos.

Cierto sugeto, muy conocido mio, se habia tomado el trabajo de examinar todos sus discursos á la luz de las reglas dialécticas; no si en la actualidad conservará todavia este peregrino humor; miéntras tuve ocasion de tratarle no observé que alcanzase gran resultado. Analicemos algunos de estos ejemplos, y comparémoslos con la práctica. Trátase de la pertenencia de una posesion.

Para tratarle a fondo, y con la claridad, el orden y el método convenientes, me hubiera sido necesario escribir un grueso volumen. ¿Pero por qué, se me dirá, has elegido tan vasto asunto, cuando no pensabas escribir ese grueso volumen, sino un artículo de periódico?

Tratarle á él de pedante era cosa corriente entre los malignos gaceterillos, que molestan siempre á los grandes hombres, como las pulgas al león. La persona del erudito Carranza era tan notable como sus obras.

Como quiera que fuese este juicio sobre lo pasado que no se concordaba muy bien con la vida presente, en la época a que me refiero por lo menos había llegado a un punto tal de negación de mismo y de oscuridad, que parecían darle la razón más completa. Así, pues, no hago más que tomarle por su palabra, al tratarle casi como a un desconocido.

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