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Actualizado: 8 de mayo de 2025
El hijo que por primera vez pisaba el hogar de sus padres, a los treinta y cuatro años, revestido del carácter sacerdotal, parecía un extraño recibido con afectuosos extremos; la franqueza que con él empleaban resultaba tímida, como si a sus padres y su hermana les fuera difícil tratarle con verdadera intimidad.
Yo deseo complacerle; pero lo considero harto difícil. El asunto es tan complicado que, para tratarle bien, sería menester escribir un par de volúmenes y no un artículo breve. Mucho aumentaría la extensión del escrito si me empeñase en decir, además de lo que á mí se me ocurre, lo que se ha ocurrido á los otros desde Platón y Aristóteles hasta Hegel, Gioberti, Pictet y demás autores novísimos.
El alemán sería un empleado á las órdenes de Desnoyers, y la pareja viviría en el edificio de la Administración, como si no perteneciese á la familia. Jamás dirigiría la palabra á Karl. Pero apenas lo vió llegar, le habló para tratarle de «usted», dándole órdenes rudamente, lo mismo que á un extraño. Después pasó siempre junto á él como si no lo conociese.
El hijo del brigadier, al principio no encontró de su gusto este cambio; prefería la celda formada con biombos en el salón, donde a hurtadillas del inspector, recorría las camas tirando de los pies a los compañeros o «haciéndoles carteras con las sábanas.» Después se halló mucho mejor, cuando el capellán comenzó a tratarle con cierta familiaridad de amigo más que de profesor.
Por esta razón los jóvenes salvajes le miraban con hostilidad y afectaban tratarle con cierta familiaridad desdeñosa. Es evidente que no hay nada que moleste tanto a los salvajes como la Filosofía. Luego la superioridad intelectual, la gloria que rodeaba a Peñalver hería su orgullo. El no advertía este desdén. Tenía un carácter jovial, afectuoso, y sobre todo muy distraído.
No se resistió por ello a habérselas con el cura: la ocasión venía rodada para tratarle sin miramientos y, además, siempre era mejor entenderse con él que con su madre, cuya bondad pasada no existía, y cuya cortedad de entendimiento no se habría, de fijo, corregido.
Ni una palabra más insistió el doctor . Le advierto que anoche casi demolió usted en la obscuridad una de nuestras máquinas voladoras al dar un zarpazo en el aire. Faltó poco para que cayese al suelo desde una altura enorme, matándose sus tripulantes. Después de esto, reconocerá que nuestro gobierno obra prudentemente al no tratarle con una confianza ciega.
El miedo de comprometer a la que amaba le devolvió las costumbres de discreción que habían velado los primeros desórdenes de su vida, y la duquesa le creyó fuera de peligro, precisamente en el momento en que estaba perdido sin remedio. La señora Chermidy, maestra en las artes de la seducción, afectaba tratarle con una ternura filial. Le recibía a todas horas, incluso cuando estaba en su tocador.
Miraba Julián las huellas de la incuria de su antecesor, y sin querer acusarle, ni tratarle en sus adentros de cochino, el caso es que tanta porquería y rusticidad le infundía grandes deseos de primor y limpieza, una aspiración a la pulcritud en la vida como a la pureza en el alma.
Y era verdad que lo único que empañaba la alegría del rústico millonario, era que no viviese el alto e imponente señor para darse el gusto de tratarle como un igual, coronando así el éxito de su asombrosa fortuna.
Palabra del Dia
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