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Actualizado: 7 de junio de 2025
Por esta razón los jóvenes salvajes le miraban con hostilidad y afectaban tratarle con cierta familiaridad desdeñosa. Es evidente que no hay nada que moleste tanto a los salvajes como la Filosofía. Luego la superioridad intelectual, la gloria que rodeaba a Peñalver hería su orgullo. El no advertía este desdén. Tenía un carácter jovial, afectuoso, y sobre todo muy distraído.
Coronel. Emilio Avalos. Capitán. Raimundo Martín. Teniente. Ricardo Aguado y Abreus. Teniente. Arturo G. Quijano. Teniente. Abelardo García Fonseca. Teniente Coronel. Tomás Armstrong. Teniente. Lucio Quirós. J. Peñalver y Rondón. Capitán. Martín Marrero y Rodríguez. Capitán Pío Alonso y Riera. Capitán. Ernesto I. Usatorres Perdomo. Capitán. Luis A. Beltrán Moreno. Capitán.
Era el encargado de vengar a todos aquellos ilustres culoteadores de pipas, de las altas dotes intelectuales que toda España reconocía en Peñalver. Al llegar los postres levantóse a brindar Escosura. A éste le respetaban algo más los salvajes por su corpulencia, por su carácter fogoso y sobre todo por su dinero. Presumía de orador tribunicio.
Estaban sentados, en una de las glorietas con otras varias personas y charlaban animadamente aparte. Cada vez que pasaba por delante de ellos con Peñalver, su corazón se encogía: apenas entendía ni escuchaba siquiera las sabias disquisiciones que su ilustre compañero le iba vertiendo en el oído. Hágamelo usted bueno respondió con sonrisa modesta el joven . Aquí no hay más sabio que el señor.
Todo el mundo se olvidaba de la mina, creyéndose, como otras veces, en algún comedor aristocrático. Rafael Alcántara se divertía en emborrachar a Peñalver.
Primer Teniente. Enrique Pereda y Sardiña. Teniente. Carlos Riquelme y Giquel. Teniente. Pedro J. Peñalver y Rondón. Capitán. Jorge Vila Blanco. Primer Teniente. Eduardo Miranda. Primer Teniente. Rafael Ramos. Primer Teniente. Federico de la Vega. Primer Teniente. Patricio de Cárdenas. Primer Teniente. Pablo Alonso. Segundo Teniente. Armando Fuentes. Segundo Teniente. José Salvata y Mesa.
La verdad es dijo Peñalver dando un suspiro que del fondo de una mina se sale siempre un poco socialista. A las nueve de la noche, después de comer en Villalegre, partió el tren especial que debía conducirlos a Madrid. Todos volvían muy contentos de la excursión. Esperaban extasiar a sus amigos con el relato del banquete subterráneo. El único que padecía entre ellos era Raimundo.
Era un caballero de cincuenta a sesenta años, bajo, delgado, con bigote y perilla canosos, ojos saltones y distraídos, resguardados por gafas. Llamábase D. Juan Peñalver. Era catedrático de Filosofía en la Universidad y había sido ministro. Gozaba fama de sabio, con justicia, y de una respetabilidad que pocos habían alcanzado en España.
Este Escosura era física y moralmente lo contrario de su cuñado Peñalver. Alto y corpulento, de pecho levantado y facciones pronunciadas, rico, hombre de cuenta en la política, orador fogoso, de una voz tan sonora y descomunal que, según sus enemigos, a ella debía la mayor parte de sus éxitos parlamentarios. Tendría unos cuarenta años.
Palabra del Dia
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