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Harto había notado Nuño la fina devoción y el acendrado rendimiento con que el mancebo cautivo miraba y servía a su señora; pero no se atrevía a sospechar que ella pagase con amor tan delicados extremos, si bien advertía que a veces, bajo la ardiente mirada del joven, doña Mencía bajaba suave y lánguidamente los ojos, y tal vez se ponía encarnada como las amapolas, y aun creyó percibir en ocasiones, por entre los párpados y sedosas pestañas de ella, asomar una lágrima, que más que amarga parecía ser de ternura.

Vana empresa sería la de intentar reconstituir la forma y disposición que tuvieron eminentes fábricas arquitectónicas; y á veces, ni aún es dado señalar los parajes en que se alzaban: sobre templos, palacios, portadas y torres, abre el arado profundos surcos, crecen á su sabor los jaramagos y amapolas, ó entre sus despedazados fragmentos anidan reptiles y alimañas.

La inesperada defensa de los fugitivos había perturbado la marcha de la invasión. Desnoyers pensó en este puñado de locos y su testarudo jefe: ¿qué suerte iba á ser la suya?... Al fijar sus gemelos en las cercanías del pueblo vió las manchas rojas de los kepis deslizándose como amapolas sobre el verde de unas praderas. Eran ellos que se retiraban, convencidos de la inutilidad de su resistencia.

Algo habría también de su alma en las espigas del trigo, en las amapolas que goteaban de rojo los flancos de oro de la mies, en los pájaros que cantaban al amanecer cuando el rebaño humano iba hacia el tajo, en los matorrales del monte, sobre los cuales revoloteaban los insectos asustados por las carreras de las yeguas y los bufidos de los toros.

Todos los años al abrirse en los campos los rojos botones de las primaverales amapolas, tiene tambien que abrirse á impulso de las lanzas y saetas bereberes la ancha vena de la fecunda sangre cristiana; y hay años en que sobre la misma nieve dura el rojo matiz en el campo desde una á otra primavera, si por acaso al recogerse sus huestes á cuarteles de invierno, se encuentran con bandas enemigas asaz temerarias para cerrarles el paso de los montes . ¿Quién creerá, sin embargo, que no es la monarquía cristiana la que sucumbe, sino el Califato cordobés? ¿Quién podrá imaginarse que no va á ser el Catolicismo sino el Islam el que salga herido de muerte en los campos de Calatañazor?

Los campos se llenan de amapolas, el aire de mariposas, de flores el jardín y la Universidad de calabazas. Muchos rapaces, sin embargo, se inflan al recibir la nota de sobresaliente, en señal de que han salido del aula hechos unos pozos de ciencia, y así se lo creen los papás.

En la vega se cultivaban legumbres y algún maíz; pero la prosa de este género de plantíos la encubría la estación primaveral, adornándolos con una apretada red de floración: la col lucía un velo de oro pálido; la patata estaba salpicada de blancas estrellas; el cebollino parecía llovido de granizo copioso; las flores de coral del haba relucían como bocas incitantes, y en los linderos temblaban las sangrientas amapolas, y abría sus delicadas flores color lila el erizado cardo.

Esta radiante alegría solar brilla a trechos sobre toda la campiña, sobre los ondulantes campos de cebada y de centeno, sobre los taludes llenos de rojas amapolas y va comunicándose sucesivamente a los huertos, en que de nuevo vuelven los insectos de todas clases y colores a zumbar contentos, y a los grupos de árboles en que los pájaros entonan otra vez su amoroso trino.

A cada momento nos parábamos para admirar las ricas tiendas con sus tabletas verdes de letras doradas sobre fondo negro; los parroquianos, en un silencio de iglesia examinan las preciosidades: porcelanas de la dinastía Ming, bronces, esmaltes, marfiles, sedas, armas, los abanicos maravillosos de Swatón; a veces una fresca joven de ojos oblícuos, vestida de azul, con amapolas de papel en la cabeza, desdobla algún rico brocado delante de algún grueso chino que la contempla beatíficamente con los dedos cruzados sobre la panza: al fondo, el mercader, aparatoso e inmóvil, escribe sobre tablillas de sándalo, y un perfume suave que entristece y perturba, brota de todas las cosas.

En Madrid, el día antes de casarse, no fue hombre para gastarse seis cuartos en un ramo de rositas de olor... En Navalcarnero le había regalado un botijito, y la llevaba a pasear por los trigos, permitiéndose coger amapolas, que se deshojaban en seguida.