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No pereciste aun; mas ¿quién podia creer que no hubiese llegado ya tu última hora? Dueño de Soleyman, «robad, saquead, dijo á sus tropas: ahogad la voz en la garganta de los que os ultrajaronPor tres dias tuviste hundida en tu seno la lanza de los bereberes; por tres dias te viste condenada á asordar el aire con inútiles gemidos.

Estas y otras semejantes esclamaciones hacen, acordes en su sentimiento por tan dolorosa pérdida, todos los que acuden á visitar al Sultan difunto, y entre ellos se señalan por sus estremadas demostraciones los jeques de las tribus Modharitas , los caudillos de los Eslavos, los adalides Bereberes y Zenetes, todos los walíes, capitanes, alcaides, cadíes y alfaquís de las circunvecinas provincias, que sin distincion de partidos, y depuesta toda rivalidad de razas, acudieron á la Sede del naciente Califato atraidos por la fama de la nueva fundacion.

Probablemente estarian desiertos y abandonados aquellos hermosos palacios, y sus antes deliciosos jardines yermos y convertidos en madriguera de alimañas. ¡Los bereberes habrian despojado sus lujosos pabellones, robado todas sus riquezas, destrozado aquel artificioso estanque de líquido mineral, aquellos tronos de oro y pedrería, aquellas fuentes de bronces y mármoles, aquellos baños voluptuosos, aquellos artesonados de oro, mármoles trasparentes y maderas incorruptibles, aquellas arcadas de ébano y marfil, aquellas costosas alfombras, aquellos doseles de brocado!... Muchos cercos sufrió la antigua sede del Califado andaluz desde D. Alfonso VI hasta S. Fernando en poco mas de cien años, y en este tiempo no hallamos que hicieran aprecio alguno de la desolada y desierta Medina-Azzahra ni los almoravides, ni los almohades sus impetuosos sucesores.

Los árabes, sin embargo, no eran muchos, y arrastraron en su expansión, valiéndose de ellas para triunfar, á hordas bárbaras ó semi-salvajes, como los habitantes del Norte de Africa, mauritanos, bereberes, ó como queramos llamarlos. En España se llamaron y se llaman moros. Sin duda por cada árabe de los que vinieron á la conquista de España, bien se puede suponer que hubo un centenar de moros.

Desde el año 961 de J. C., en que murió su glorioso fundador dejándolos terminados , hasta la triste época en que comenzó con la estincion de los Amiritas la guerra civil en el Califado cordobés entre los bereberes y andaluces, entre Suleyman y Almuhdi, no trascurrió medio siglo.

Mas, ay, que la sangre africana, aunque enciende la pupila y ennegrece las manos , es impotente para regenerar lo que los vicios asiáticos han corrompido. Las victorias de Almanzor solo significan que el poder pertenece momentáneamente á las razas bereberes, pero que el astro del Islam, antes deslumbrador, se aproxima á un ocaso preñado de tempestades.

Todos los años al abrirse en los campos los rojos botones de las primaverales amapolas, tiene tambien que abrirse á impulso de las lanzas y saetas bereberes la ancha vena de la fecunda sangre cristiana; y hay años en que sobre la misma nieve dura el rojo matiz en el campo desde una á otra primavera, si por acaso al recogerse sus huestes á cuarteles de invierno, se encuentran con bandas enemigas asaz temerarias para cerrarles el paso de los montes . ¿Quién creerá, sin embargo, que no es la monarquía cristiana la que sucumbe, sino el Califato cordobés? ¿Quién podrá imaginarse que no va á ser el Catolicismo sino el Islam el que salga herido de muerte en los campos de Calatañazor?

Detrás cerraban la marcha tres mil cenetes montados en caballos negros, y tres mil bereberes cabalgando en caballos blancos.