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En ausencia de la barbarie irruptora que desata sus hordas sobre los faros luminosos de la civilización, con heroica y a veces regeneradora grandeza, la alta cultura de las sociedades debe precaverse contra la obra mansa y disolvente de esas otras hordas pacíficas, acaso acicaladas; las hordas inevitables de la vulgaridad cuyo Atila podría personificarse en Mr.

Estábase incubando hacía tiempo en la República la guerra civil; Rivadavia la había visto venir, pálida, frenética, armada de tea y puñales; Facundo, el caudillo más joven y emprendedor, había paseado sus hordas por las faldas de los Andes, y encerrádose a su pesar en su guarida; Rosas, en Buenos Aires, tenía ya su trabajo maduro y en estado de ponerlo en exhibición; era una obra de diez años realizada en derredor del fogón del gaucho, en la pulpería al lado del cantor.

La regeneración no llegaba a España por el Norte, con las hordas de bárbaros, se presentaba por la parte meridional, con los árabes invasores. Al principio eran muy pocos, y sin embargo, bastaban para vencer a Ruderico y sus corrompidos próceres.

Los árabes, sin embargo, no eran muchos, y arrastraron en su expansión, valiéndose de ellas para triunfar, á hordas bárbaras ó semi-salvajes, como los habitantes del Norte de Africa, mauritanos, bereberes, ó como queramos llamarlos. En España se llamaron y se llaman moros. Sin duda por cada árabe de los que vinieron á la conquista de España, bien se puede suponer que hubo un centenar de moros.

Gener sospecha que en el organismo o en la sangre de Nietzsche había no poco de mogol o de tártaro, producida tal vez dicha mezcla cuando invadieron el Oriente de Europa las hordas de Gengis-Kan, de Timur o de otros fieros conquistadores turaníes.

No se puede dar un paso sin que le acosen a uno estas hordas de mendigos. ¡Y algunos son tan insolentes!... 'Toma, toma también'. Como me olvide algún día de traer un bolsillo lleno de cobre, me divierto. ¡Aquí no hay policía, ni beneficencia, ni formas, ni civilización!... Gracias a Dios que he subido el repecho.

M. Martigny, uno de los pocos franceses que habiendo vivido largo tiempo entre los americanos, sabía comprender sus intereses y los de Francia en América, francés de corazón que deploraba todos los días los extravíos, preocupaciones y errores de esos mismos argentinos a quienes quería salvar, decía de los antiguos unitarios: «son los emigrados franceses de 1789; no han olvidado nada ni aprendido nada». Y efectivamente: vencidos en 1829 por la montonera, creían que todavía la montonera era un elemento de guerra, y no querían formar ejército de línea; dominados entonces por las campañas pastoras, creían ahora inútil apoderarse de Buenos Aires; con preocupaciones invencibles contra los gauchos, los miraban aún como sus enemigos naturales, parodiando, sin embargo, su táctica guerrera, sus hordas de caballería y hasta su traje en los ejércitos.

La embriaguez y la sangre habían corrido desde el rastrillo á la plataforma, cuando aquellas hordas que gritaban muerte y exterminio, que no habían perdonado sexos ni edades, se prosternaron de rodillas ante el lego pidiendo les absolviera de todas sus culpas.

Si alguna vez ha podido decirse con razón que la lucha de la independencia fue una guerra civil, es refiriéndose a Venezuela y Colombia. De llaneros se componían las hordas de Boves y Morales, así como las de Péez y Saraza. El empuje es igual, idéntica la resistencia.

Habían huído sin saber adonde iban, perseguidos por el incendio y la metralla, locos de terror, como escapaban las muchedumbres medioevales ante el galopar de las hordas de hunos y mogoles.