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A su derecha é izquierda sus hijos: luego los wazires; luego los gentiles-hombres, los hijos de los wazires, los libertos del califa, y los wakiles ú oficiales de su servidumbre. El patio del alcázar está cubierto de ricas alfombras y vistosos guadamecíes; velas, doseles y cortinages de lustrosa seda sombrean las puertas y arcadas reflejando en ellas los vivos colores de sus pájaros y ramajes.

Siguiendo nuestro camino encarados al Oeste, llevábamos continuamente a la izquierda, aguas arriba, el cauce del río, con sus frescas y verdes orillas y rozagantes bóvedas y doseles de mimbreras, alisos y zarzamora, y topábamos de tarde en cuando con un pueblecillo que, aunque no muy alegre de color, animaba un poco la monotonía del paisaje.

A lo mejor, grandes doseles de granito con lambrequines de zarzas y escaramujos raspándome la cabeza, mientras que por el lado derecho me punzaban las espinas de los escajos, y el más ligero resbalón de mi cabalgadura podía lanzarme a las simas de la izquierda.

Las calles por donde pasa se cubren con tapices, los más bellos del mundo, porque no me refiero sólo á los de la Corona. Los hay á millares de los particulares, verdaderamente admirables. Quítanse las celosías de los balcones, y se cuelgan de ellos tapices con ricos ornamentos en los huecos y doseles; toldos de lienzo dan sombra á las calles, é interceptan los rayos del sol.

Esta idea ha fermentado ya en mi pecho, pero... ¡jamás! ¡Quimera! ¡ilusión de las tinieblas! ¿Quién soy yo? ¡ay! un cautivo cuya imaginación ha reposado un momento en sueños voluptuosos; que creía andar sobre caminos llenos de verdor y bajo doseles de rosas, que no ocupaba su imaginación más que en esperanzas fáciles y esperanzas rientes y que, de pronto, se encuentra a la vista de sus cadenas y de su calabozo.

En breve tiempo armaron unos al modo de doseles de iglesia, con ricas cortinas blancas, que se recogían gallardamente á un lado y otro; trajeron de otras piezas cantidad de santos é imágenes, que ordenadamente distribuyeron sobre el altar, como formando la corte funeraria del ángel difunto, y, sin pérdida de tiempo, encendieron algunas docenas de luces en los grandes candelabros de la sala, los cuales, en torno á Celinina, derramaban tristísimas claridades.

En medio surtían tres fuentes de agua cristalina, encerradas en cercos de álamo y albahaca puesta en tiestos de búcaro y azulejos: macetas de amáraco y verdones halagaban el olfato o la vista, según fuera el sentido que quisiera recrearse en tales plantas; y como al frente hubiese tres puertas que daban a los huertos y jardines, y como éstos iban subiendo en anfiteatro a medida de lo que allí se enriscaba la sierra, se gozaba desde el vestíbulo de la mejor vista del mundo entre doseles de enredadera y celinda, entre pirámides de verdura o entre obeliscos altos de jazmines, álamos y cipreses.

Con todos esos elementos, comprendí que el suntuoso retablo, cuya intrincada hojarasca cubría el muro frontero de la capilla con pilastras y columnas retorcidas, frontones interrumpidos, ménsulas de caprichosa forma, y nichos y doseles cobijando esculturas policromas, haría brillar el rico y si se quiere bárbaro conjunto de oro y plata, como un áscua refulgente; y empecé a hacer preparativos con no escaso entusiasmo.

Durante una hora fue aquello un interminable desfile de penitentes con capirotes, penitentes blancos, penitentes azules, penitentes grises, cofradías de mozas con velo, estandartes rojos con flores de oro, grandes imágenes, unas de madera desdoradas y conducidas en cuatro hombros, y otras de loza coloridas como ídolos con grandes ramos en la mano, capas de coro, incensarios, doseles de terciopelo verde, crucifijos rodeados de seda blanca; todo esto flameando al viento, entre la luz de los cirios y la del sol, en medio de salmos, de letanías y de las campanas, que no cesaban de tocar a rebato.

En breve tiempo armaron unos al modo de doseles de iglesia, con ricas cortinas blancas, que se recogían gallardamente á un lado y otro; trajeron de otras piezas cantidad de santos é imágenes, que ordenadamente distribuyeron sobre el altar, como formando la corte funeraria del ángel difunto, y, sin pérdida de tiempo, encendieron algunas docenas de luces en los grandes candelabros de la sala, los cuales, en torno á Celinina, derramaban tristísimas claridades.