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Apodábanle el Lobato, y era un rudo jinete que pasaba en pleno campo la mayor parte del año, entrando en Madrid como un salvaje, sin curiosidad por ver sus calles ni querer pasar más allá de los alrededores de la plaza. Para él, la capital de España era un circo con desmontes y terrenos yermos a su alrededor, y más allá un caserío misterioso que jamás había sentido deseos de conocer.

A veces encontraba montones de escorias metálicas y ruinas de pueblecitos y capillas, sin que ningún ser humano habitase en su proximidad. Eran los restos de establecimientos mineros creados por los conquistadores españoles cuando se extendieron por estos yermos en busca de metales preciosos.

El peligro común, la miseria de las marchas interminables para burlar al enemigo, la escasez sufrida en los yermos y picachos que les servían de refugio, los igualaban a todos, entusiastas, escépticos e ignorantes.

Era la historia de unos campos forzosamente yermos, que vi muchas veces, siendo niño, en los alrededores de Valencia, por la parte del Cementerio: campos utilizados hace años como solares por la expansión urbana; el relato de una lucha entre labriegos y propietarios, que tuvo por origen un suceso trágico y abundó luego en conflictos y violencias.

En una estación secundaria, en medio de campos yermos y dilatados que formaban, como el mar, horizonte, se detuvo el tren para que los viajeros pudiesen almorzar. Los criados del duque, enviados delante, lo tenían todo preparado a este fin. Ramoncito se convirtió en caballero servant de Esperancita. Esta se dejaba obsequiar con semblante benévolo, lo cual le tenía medio loco de alegría.

Probablemente estarian desiertos y abandonados aquellos hermosos palacios, y sus antes deliciosos jardines yermos y convertidos en madriguera de alimañas. ¡Los bereberes habrian despojado sus lujosos pabellones, robado todas sus riquezas, destrozado aquel artificioso estanque de líquido mineral, aquellos tronos de oro y pedrería, aquellas fuentes de bronces y mármoles, aquellos baños voluptuosos, aquellos artesonados de oro, mármoles trasparentes y maderas incorruptibles, aquellas arcadas de ébano y marfil, aquellas costosas alfombras, aquellos doseles de brocado!... Muchos cercos sufrió la antigua sede del Califado andaluz desde D. Alfonso VI hasta S. Fernando en poco mas de cien años, y en este tiempo no hallamos que hicieran aprecio alguno de la desolada y desierta Medina-Azzahra ni los almoravides, ni los almohades sus impetuosos sucesores.

Aquí, y gracias, pues no tengo dinero. Y con la firmeza de un testarudo se mantuvo en su puesto. Yo estaba sentado junto a él; mis rodillas en sus espaldas. Entraba en el departamento un verdadero huracán. El tren corría a toda velocidad; sobre los yermos y terrosos desmontes resbalaba la mancha roja y oblicua de la abierta portezuela, y en ella la sombra encogida del desconocido y la mía.

Los convidados, desde las ventanillas, saludaban con los pañuelos a los que habían ido a despedirles. Gran agitación y algazara en los coches, apenas se encontraron corriendo por los campos yermos de la provincia de Madrid. Todo el mundo hablaba en voz alta y reía: esto y el ruido del tren hacía que apenas se entendieran.

La población disminuyó, si no en los mismos términos, al menos de un modo notable, llegando por último hasta dejar yermos los pueblos y solitarios sus campos. El de Candelaria, donde residía el autor de este informe, una de las principales reducciones de los Jesuitas, es en el día un montón de ruinas, y el mismo aspecto de desolación presentan los demás pueblos.

Al fin, mientras permaneciese en Nieva, no sonaba tan triste y desconsoladora, porque todo lo que veía y tocaba en su casa le hablaba de la ternura de su madre, cuando tropezaba en la de Elorza le recordaba el amor de María; pero ¿y después?... ¿Qué le dirían los campos yermos de Castilla por donde la rauda locomotora le haría cruzar? ¿De qué le hablaría la indiferente muchedumbre en las calles de Madrid?... Por eso, Ricardo temía ya, más que deseaba, el traslado que con tanta precipitación había pedido.