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Una vez allí Montiño, después de haber descubierto con respeto el cofre que había traído de Navalcarnero, le estuvo contemplando en éxtasis.

Digo, que acabo de llegar dijo Juan Montiño con cierta tiesura, excitado por el carácter repulsivo de su tío. ¿Pero de dónde acabáis de llegar?... De Navalcarnero. ¡Ah! ¿y quién os envía? Pudiera suceder muy bien que hubiera venido sólo por conocer al hermano menor de mi difunto padre; pero no he venido por eso; vengo porque me envía mi tío Pedro Martínez Montiño, el arcipreste.

Vengo á traer á mi tío el cocinero una carta de mi tío el arcipreste. ¡Ah! ¿y de dónde venís...! De Navalcarnero. ¿Y nunca habéis salido de esa villa? , por cierto, señora. He cursado en la Universidad de Alcalá. ¡Ah! ¡ya decía yo! ¿Y qué decíais vos? Que no érais novicio. ¡Estudiante! ¡ya! Y estudiante de teología. ¿Y ordenado? No por cierto.

Juan Montiño había oído hablar muchas veces á Quevedo, tres años antes, en ocasión en que andaba huído en Navalcarnero, por cierta muerte que había causado en riña, muchas y picantes aventuras acontecidas en la corte: sabía que la corrupción de las costumbres había llegado en ella al último límite, que las damas más principales solían verse muchas veces, á consecuencia de sus galanteos y de sus intrigas, en situaciones extraordinariamente extrañas y comprometidas; ¡pero la reina!... la lengua de Quevedo, que nada respetaba, había respetado siempre á las damas de la familia real; acaso el gran mordedor, el gran satírico, había guardado silencio por consideración, por afecto, por un galante respeto, acerca de la reina y de las infantas... pero...

Francisco Martínez Montiño, esto es, el cocinero de su majestad, nuestro protagonista, en una palabra, había vuelto de Navalcarnero al anochecer del día siguiente á la noche en que había ido á recibir un secreto de la boca de su hermano moribundo. Montiño se había traído consigo un cofre fuertemente cerrado y sellado, sobre cuya cerradura había un papel.

Pero... sepamos, sepámoslo todo: ¿cómo y dónde os han preso? En el camino de las Pozas, cuando íbamos sobre cuatro jumentos en busca de un caserío donde pasar la noche. Ibamos á Navalcarnero, esposo dijo Luisa. ¿Y no os han dicho nada? Nada más, sino que la justicia nos prendía.

»La circunstancia que hay también extraña es que, siendo lo natural que para ir á Alcalá desde Navalcarnero se pase por Madrid, siempre, por expresa prohibición de su padre, ha pasado junto á Madrid, dejándole á alguna distancia á la izquierda, cuando ha ido á Alcalá.

El animal se resistió á dar un paso; pegaba el arriero, coceaba la arisca mula, y la otra, queriendo aprovechar tan buena ocasión de reposar su fatigado cuerpo, que había hecho la jornada de Navalcarnero en seis horas, se hechó al suelo muy sibaríticamente, esperando á que estuviera resuelta la pendencia entre su amo y su compañera.

Abrióse ésta al momento, y la dolorida voz de la duquesa exclamó: Salvadme, caballero, salvadme; abrid el postigo; entrad; yo muero. El duque entró, y encontró á doña Juana desmayada. Entonces hizo salir la litera de la casa de enfrente, sacó á doña Juana en sus brazos, la metió en la litera, cerró el postigo, y partió hacia Navalcarnero.

, , es preciso dijo al fin ; me le ha endosado; prescindiendo de que llegue á ser ó no ser, yo no puedo... vamos, de ningún modo; un mozo hermoso, y esto es verdad, que ha sido estudiante, que le gustan desordenadamente las mujeres, y que puede dar un chirlo al lucero del alba... no, no... es imposible que yo tenga á este mancebo en mi casa... mi mujer, mi hija... gracias á que las tengo seguras guardándolas y cerrando mi puerta á piedra y lodo; y luego no teniéndole en mi casa, échese vuesa merced el cargo de pagarle un día y otro la posada durante quince meses; no, señor; será preciso que el duque de Lerma le un oficio... es verdad que cualquier oficio, por pequeño que sea el que me el duque, podría valerme algo, y en estos tiempos... pero del mal el menos. ¡Ah! me olvidaba de que ha salido sin almorzar de Navalcarnero. ¡Hola! ¡eh! dijo abriendo la puerta y entrando en la repostería Gonzalvillo, hijo, ven acá.