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Gracias, Santos, gracias: de mi cuenta corren vuestros adelantamientos: por lo pronto guardad esto en memoria mía. La condesa se sacó del seno un relicario de oro guarnecido de perlas y diamantes y del hermoso cuello la cadena de que pendía. Había algo de tentación en dar á un hombre una prenda tan íntima, cuando podía haberle dado una de las ricas sortijas que llevaba en las manos.

y que en el particular de mi asno, que no le trocara yo con el rocín del señor Lanzarote. -Hermano, si sois juglar -replicó la dueña-, guardad vuestras gracias para donde lo parezcan y se os paguen, que de mi no podréis llevar sino una higa. ¡Aun bien -respondió Sancho- que será bien madura, pues no perderá vuesa merced la quínola de sus años por punto menos!

Paulina hizo bruscamente una nueva aparición. ¡Dos mil francos, dos mil francos! Así parece... así parece... tomad, Paulina, guardad este dinero, y tened mucho cuidado con él... Muchas cosas era en la casa la vieja Paulina: sirvienta, cocinera, boticaria, tesorera.

Os prometo que, para vengar a mi tío, cuando el mayor moscón venga a chapurrearme piropos, no me contentaré con volverle la espalda, sino que he de decirle: guardad vuestro resuello para tocar la trompa. Mejor harías dijo Rafael en imitar a las señoritas extranjeras, que se ponen coloradas para dar los buenos días y pálidas para dar las buenas noches.

, excelentísimo señor. ¿Traéis con vos las diligencias que habéis practicado? , excelentísimo señor. Dádmelas. Tomad, excelentísimo señor. Guardad un profundo silencio acerca de lo que sabéis y no procedáis en justicia. Muy bien, excelentísimo señor. Podéis retiraros. Guárdeos Dios, excelentísimo señor. El alcalde salió. El duque se sentó en un sillón y quedó profundamente pensativo.

¿Pero y si esa dama se negase á recibirme? ¿No decís que tiene dueña? , señor. Pues bien; tomad para la dueña. El duque abrió otro cajón, sacó de él algunas monedas de oro, y las puso formando una columna bastante respetable en el borde de la mesa del lado de Montiño. El cocinero miró con codicia el oro; pero no le tocó. Guardad eso le dijo el duque , y además... me olvidaba... tomad.

Dejadme su nombre, sus señas, las de vuestra hija y las de esos otros. El cocinero escribió con cierto sabroso placer, y entregó el papel que había escrito al duque. En cuanto á lo que sospecháis respecto á ese crimen que decís intentado contra su majestad, guardad por vos mismo el más profundo secreto.

13 Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, esto haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. 14 Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré. 15 Si me amáis, guardad mis mandamientos; 16 y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que permanece con vosotros para siempre:

Aquella carta estaba concebida en estos términos: «Mi buen Ruy Pérez Sarmiento: En el punto en que recibáis ésta, rasgad todas las diligencias que hayáis practicado en averiguación del delito cometido en la persona de don Rodrigo Calderón; proveed auto de libertad en favor de don Juan Téllez Girón y de don Francisco de Quevedo Villegas, y guardad esta carta para cambiarla por una provisión de oidor en la Real Audiencia de México.

Sois cobarde... exclamó Quevedo ; suceda lo que quiera, yo voy á buscar al médico de su majestad... guardad esa perdiz, guardadla; sobre todo, quitadla de esa fuente, que es de plata... El bufón quitó los restos de la perdiz de la fuente, los echó en una escudilla, y con ellos el pedazo que había arrojado al gato. Entre tanto, Quevedo había desaparecido.