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Por la tarde de aquel mismo día las acompañé mientras paseaban el agua por la galería, y charlamos animadamente con la mayor confianza, lo mismo que si nos conociésemos desde larga fecha. Tal milagro en cualquier otro punto del globo, es cosa corriente en Andalucía, donde el trato y la confianza son cosas simultáneas.

Con el debido sigilo le revelé nuestro parentesco, de que ella se maravilló y holgó mucho. Luego charlamos los tres a cántaros. Con lo ameno de la conversación se nos olvidó tomar el y llegó la hora de la comida.

Las tres dormimos en una misma alcoba y charlamos bajito por las noches. ¡Ah! ¿Sabe usted lo que me ha dicho Inés? Que usted está enamorado. ¡Qué bromazo! Tal cosa no es verdad. , nos lo dijo, y aunque no me lo dijera... Eso se conoce. ¿Lo conoce usted? Al instante. En cuanto veo a una persona. ¿Dónde ha aprendido usted eso? ¿Lee usted novelas? Jamás. No las leo; pero las invento. Eso es peor.

Como sólo se trataba de un armisticio, celebrado con infusión de la China, no asistieron más que Petrona y la viuda de Esquilón; esta última en calidad de intermediaria para entregarnos, en medio de la infusión, a la efusión del primer abrazo reconciliatorio. Roto el hielo y reanudada la amistad, charlamos mucho.

Al día siguiente volvió y me compró otro «marinero». Charlamos; era muy amable; le confieso que me gustaba mucho. ¡He aquí que, a los tres días, vuelve y me compra el tercer «marinero»! Esto principia a inquietarme. Me muestro más reservada y él no se desanima. Todos los días, a la misma hora, se presentaba y me compraba el mismo trajecito.

Cenamos y nos dieron las tres de la mañana. En todo el club no se hablaba de otra cosa que de la boda, y, como era natural, la crítica se recreaba en morder el argumento por todas sus faces. ¿Vienes a casa? me dijo don Benito; tu cuarto está pronto. Acepté. A las cuatro de la mañana entrábamos en la casa de mi viejo amigo. Charlamos largo rato y en medio de la charla de don Benito, me adormecí.

Charlamos; es decir, nos dirigimos uno al otro frases a medias palabras al uso campesino, esas interjecciones casi indias, breves y rápidas como las postrimeras chispas de los consumidos sarmientos. Al fin, pónese de pie el guarda, enciende la linterna, y piérdese su paso perezoso en la calma y obscuridad de la noche silenciosa...

Pronto se sosegó, y charlamos con la mayor alegría, como todas las noches. No obstante, cuando llegó el momento de separarnos, me preguntó sonriente, pero mostrando inquietud en los ojos: ¿Te vas a casa? . ¿De veras? De veras. Quedó un instante pensativa. De repente sacó su hermosa mano por la reja, me cogió la corbata y me la arrancó. Así ya no puedes ir al baile, aunque quieras.

Y recibe mi más estrecho y apretado abrazo. =Marianela=. Ayer vino a visitarme mi amiga Petrona. Tomamos y charlamos mucho, mejor dicho, charló Petrona, porque yo apenas hice más que oirla. Petrona es una excelente mujer; buena esposa, tierna madre, bondadosa suegra. Si las virtudes domésticas merecen la canonización, Petrona es digna de un sitio preferente en el santoral.

El día era hermoso, claro y alegre cual de Andalucía, y recorrí con otros compañeros, que hacia el mismo punto si no con igual objeto caminaban, el largo istmo que sirve para que el continente no tenga la desdicha de estar separado de Cádiz; examinamos al paso las obras admirables de Torregorda, la Cortadura y Puntales, charlamos con los frailes y personas graves que trabajaban en las fortificaciones; disputamos sobre si se percibían claramente o no las posiciones de los franceses al otro lado de la bahía; echamos unas cañas en el figón de Poenco, junto a la Puerta de Tierra, y finalmente, nos separamos en la plaza de San Juan de Dios, para marchar cada cual a su destino.