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Era el beso-suspiro de la germánica sentimental paseando entre los tilos, a la caída de la tarde, apoyada en el brazo de un estudiante y con un ramo de florecillas azules sobre el pecho; un beso de abajo a arriba, caricia suplicante de hembra dulzona en la que el amor se presenta acompañado de la humildad y que antes de besar desploma su cabeza como signo de servidumbre en el hombro de su dueño.

Visitó el bosque de tilos donde por primera vez se dijeron que se amaban y los recuerdos de este primer amor le parecieron llenos de encantos, pero desnudos de toda doliente impresión. Sentose entonces bajo el pabellón de lilas, en aquel banco fatal donde había dado a Magdalena el mortal beso.

La ceremonia se verificaba en una antigua capilla abandonada desde largo tiempo que sólo era abierta y decorada una vez cada año para aquel objeto. La referida capilla estaba situada en el fondo del patio principal del colegio, se llegaba a ella recorriendo, la doble hilera de tilos cuyo abundante verdor alegraba un poco aquel triste paseo.

La casa Ohando estaba en la carretera, lo bastante retirada de ella para dejar sitio a un hermoso jardín, en el cual, como haciendo guardia, se levantaban seis magníficos tilos. Entre los grandes troncos de estos árboles crecían viejos rosales que formaban guirnaldas en la primavera cuajadas de flores.

Tanto por los vacíos que la muerte y el tiempo han ido haciendo en torno mío, como cuando al dirigir mi vista allá, en el fondo, bajo los tilos, para ver si alcanzo a distinguir los vestidos blancos de los pequeñuelos, o cuando escucho para ver si oiré, como otras veces, las alegres voces de mis hijos al encontrar alguna flor o algún insecto entre sus espesuras. ¡Qué le he dado yo a Dios para que me diese en propiedad este rincón de tierra y esta casita, de los que algunas veces heme avergonzado por su aridez y su insignificancia, pero que constituyeron el albergue dulcísimo de mi numerosa familia! ¡Ah! ¡Que sea El bendito, mil veces bendito este nido, y que después de pueda abrigar aún a todos aquellos que me sucedan!

En las profundidades de la espesura, sobre el límite del jardín, en los cerezos blancos, en las alheñas en flor, en los tilos cargados de aromosos ramos, toda la noche durante aquellas largas noches en que yo dormía poco, cuando brillaba la luna o a veces caía la lluvia, lenta, caliente, silenciosa, como lágrimas de gozo, para mi delicia y mi tormento gorjeaban o no los ruiseñores.

Se lo representó paseando con su mujer y sus hijos bajo los tilos de una plaza de provincia, escuchando todos con religiosa unción las melodías de una banda militar. Luego lo vió en la cervecería con sus amigos, hablando de problemas metafísicos entre dos conversaciones de negocios. Era el hombre de la vieja Alemania, un personaje de novela de Goethe.

Movido por el despecho y también por el vehemente deseo de conocer la causa de tan incomprensible enemiga, Delaberge abandonó a su vez la sala. Desde los umbrales de la alcaldía vio a Simón Princetot despidiéndose de sus amigos y atravesando lentamente la plazuela. El inspector general apretó el paso y le alcanzó ya bajo los tilos del paseo.

Entre las ramas de los tilos vio brillar, lavados por la lluvia, los cristales de la estufa, donde tantas veces hablaron de cosas indiferentes que ahora le parecían dignas de recuerdo eterno.

Las plantas de jazmines parecen cubiertas de blanca espuma, las rosas primaverales abren sus cálices, y los botones de los tilos empiezan a abrirse. Gertrudis, sentada en el emparrado, ha dejado caer su labor sobre las rodillas y se abandona al ensueño. El perfume de las flores, el calor del sol le han turbado la cabeza; pero poco importa eso.