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Entonces ocurrieron las tormentosas escenas que habían de dejar en Rafael una profunda impresión de amargura y miedo. La dureza del carácter de doña Bernarda quebrantó al joven, haciéndole comprender con cuánta razón había temido siempre a su madre. La áspera devota, con su coraza de virtud y sanos principios, le aplastó desde las primeras palabras. ¿Se había propuesto deshonrar la casa?

En las noches tormentosas, cuando el viento pasa de parte á parte la casucha por sus resquicios y grietas, amenazando derribarla, los cuerpos vestidos y malolientes se buscan y se estrechan ansiando calor, y los sudores se juntan, las respiraciones se confunden, la suciedad fraterniza.

En el centro del Tabernáculo, sobre una mesa redonda, mostrábanse formadas en círculo todas las botellas de la casa, desde el vino, casi fabuloso, viejo de un siglo, que se vende a treinta francos para las fiestas tormentosas de archiduques, grandes-duques y famosas cocottes, hasta el Jerez popular que envejece tristemente en los escaparates de las tiendas de comestibles y ayuda al pobre en sus enfermedades.

Dejemos ya al gran monumento de la civilizacion arábigo-hispana, tal como acabamos de describirlo, dormir un sueño secular, mientras ruedan por encima de su espaciosa techumbre las tormentosas nubes de las revoluciones, que, preñadas de calamidades, descargan sobre la hermosa y desventurada reina del Guadalquivir.

En el piso y los corredores habitaban entonces mi familia, los criados y los huéspedes. ¡He aquí la casita que por espacio de tanto tiempo nos cobijó bajo su sombría techumbre! ¡He aquí la morada de paz, la Jerusalén, como mi madre la llamaba! ¡He aquí el humilde y caliente nido que por tantos años nos preservó del frío, del hambre, de las lluvias y de las tormentosas tempestades del mundo!... Nido del que la muerte fue arrebatando, primero a mi padre, a mi madre después, y del cual se han alejado también los hijos, cada uno por su lado, los unos a un sitio, los otros a otro... algunos, a la eternidad.

Lope de Vega, voto de calidad, pues fué un Don Juan efectivo, lleno de devaneos y tormentosas pasiones, nos dice en unos versos de su comedia «El mayor imposible», estas palabras razonables sobre la exaltación amorosa: «Que muchos que se han casado Forzados de un amor loco, Suelen después hallar poco, De lo mucho que han pensado.» ¡Cariño, cariño, dulcísimo y solidísimo sentimiento!

Los tres médicos, el duque y Cristina contemplaron la cara del Rey. El médico pulsaba, y luego dejaba de pulsar, como un piloto que abandona el timón cuando no hay esperanzas de evitar el naufragio. Cinco minutos duró aquel estado, en que cinco personas miraban un semblante. Pasados los cinco minutos Fernando VII no existía. Fue una muerte breve, sin aparato, sin agonías tormentosas.

Durante largos años estuvo Lope enlazado con ella por un afecto tranquilo y pacífico, como conyugal, bien diferente de sus otras tormentosas pasiones. Es esta una época de grandes viajes para nuestro poeta, pues suele tener establecidos sus dos hogares en poblaciones distintas. Su mujer, con quien oficialmente vivía, residió en Madrid hasta 1604 y en Toledo de 1604 a 1610.