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Por último, Juana había prometido hacer un plato de su invención, con el que la gente menuda se chupa por allí los dedos de gusto; plato que tiene la singularidad de remedar, en cuanto cabe en lo humano, el milagro del pan y peces, pues con dos docenas de huevos y media hogaza para pan rallado se hartan cien hombres, gracias al sabroso ajilimójili en que ella rehogaba las livianas tortillas después de haberlas frito, y en cuyo caldo se remoja pan y se convierte en sopas, que se engullen con deleite.

Temía que Dios la castigase por su orgullo; temía que el adorado hijo enfermara de la noche a la mañana y se muriera como tantos otros de menos mérito físico y moral. Porque no había que pensar que el mérito fuera una inmunidad. Al contrario, los más brutos, los más feos y los perversos son los que se hartan de vivir, y parece que la misma muerte no quiere nada con ellos.

No te mates, tonto, que la vida es muy buena y muy agradable; una vez hecho a ella, ya verás... Si no tienes más que veinte años, y por eso, inexperto, exageras tus faltas y crees que no podrás sobrellevarlas; pero piensa en tanta cosa de que vas a privarte, de que todos se hartan a dos carrillos, y que , por flojo y tío melindres, te irás sin catar siquiera... Mira Jacinto, ¿no ha hecho lo que ? es cierto que no ha falsificado firmas... esto de la falsificación es fácil remediarlo con la venta oportuna de la finquita... pero Jacinto ha jugado y ha perdido, y sin embargo, no piensa en matarse; ahí le tienes en una oficina, mano sobre mano, viviendo del erario. ¿Crees que el mundo va a despreciarte, porque no pagues? si el no pagar está a la moda, y es muy high-life; y mira, hijito, al mundo con el pie, si no quieres que te monte encima.

Aún tiene en sus ubres leche suficiente para todos; sólo que son muy pocos los que se agarran a ellas y se hartan hasta reventar, mientras los demás mugen de hambre. Hay para morir de risa cuando hablan de igualdad y del espíritu democrático de la Iglesia. Una mentira: en ninguna institución impera un despotismo tal cruel.

Los poetas crapulosos, como Baudelaire y Rollinat, se hartan y se hastían de sus goces; sienten aspiraciones infinitas, hundidos ya en el fango, y después de haber renegado de Dios; y aquí te quiero escopeta. Cada uno de ellos parece un energúmeno. Sus versos son pesadillas de un ascetismo bastardo y sin esperanza.