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Actualizado: 26 de mayo de 2025
¿Y qué será del ejército enemigo? preguntó uno de los parroquianos. Se lo ha llevado el diablo, pues; eso no se pregunta. Deme mi boletín, don Narciso; me voy a casa a darle la noticia a mi marido, que estoy segura de que no sabe nada de lo que ha sucedido. Muy buenas noches, misia Medea.
En San Narciso nuevamente volvimos á la mar, navegando por espacio de doce horas en el seno de Ragay para encontrar á Guinayangan. Este pueblecito con su visita de Piris, lo forman 7 cabecerías. Toda la miseria en que hoy se consume, es indudable que en una época más ó menos lejana se trocará en riqueza y movimiento.
Como el amor es aquel movimiento con que queremos un objeto, que, ó realmente es, ó á lo menos nos parece bueno y agradable; por esto no hay perfeccion, ni bondad que no tenga Lucinda, segun el juicio de Narciso. De suerte, que en siendo semejante pasion desordenada, suele pervertir de mil maneras al juicio; y nada es mas comun en las historias, que exemplos de hombres perdidos por el amor.
Eco y Narciso. Drama, que forma pareja con el anterior, y no inferior á él bajo ningún aspecto, trazado con arreglo á la conocida fábula de las Metamorfosis, de Ovidio, III, 359 á 510.
Aquella dama a quien no conocía se llamaba Enriqueta Atienza, hermana del marqués de Raigoso, de treinta y ocho a cuarenta años de edad, casada con un banquero, rubia y separada de su marido. Pasaron inmediatamente al comedor. El criado de Narciso Luna servía la comida. Este vivía en un cuartito de la calle de Recoletos, haciendo sus comidas en el Club.
Y en prueba de la indignación con que rechazaron el supuesto, las damas más principales de la villa se constituyeron en enfermeras al lado de su cama, no dejándole un instante solo, relevándose noche y día cada pocas horas, como si hiciesen la guardia al Santísimo. D. Narciso merecía estas atenciones del bello sexo.
Más de una muchacha se va a morir de tristeza: Joaquinita por ejemplo, la de Alegre, está perdidamente enamorada de él; en cuanto lo veía pasar a caballo, envuelto en su capa gris, aquella muchacha no se podía dominar y salía a la puerta de calle para verlo. ¡Pobre joven! Y la de Vargas, Victorita, lo mismo; aquí lo encontró una noche y no le quitaba los ojos dijo don Narciso.
En esta cofradía no entraban más que las jóvenes solteras. Tal privilegio excitaba un vago despecho mezclado de apetito en las casadas. Creíanse humilladas con aquella exclusión. D. Narciso aprovechaba esta sombra de rivalidad para tenerlas más sujetas. ¡Oh, señoras, no deben ustedes envidiar el privilegio! Ustedes tienen marido a quien contemplar y servir.
Sí, niña... ¿no ves que confieso con él?... No había más remedio... Le dije: «Mire, D. Narciso... no se ofenda usted... pero yo, viéndoles a usted y a Obdulia jugar en el jardín, tengo sospechas... se me ocurren malos pensamientos.» ¡Ave María, qué barbaridad! ¿Y qué dijo él? Se puso todo sofocado... ¡Uf!
Como hacía siempre que declaraba algún testigo, el acusado contemplaba ahora al P. Narciso de hito en hito, con mirada firme y tranquila. El coadjutor habló con los ojos puestos en el suelo, y todo el mundo aplaudió su modestia y la moderación de sus palabras. Salió luego por la puerta de los testigos don Martín de las Casas.
Palabra del Dia
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