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Actualizado: 26 de mayo de 2025
Me parece que Marquina entró en amores con ella antes de ser ministro, ¿verdad? Ya lo creo; ni soñaba con serlo. Pues a pesar de eso Manolo está furioso, persigue a su mujer y la vigila. El día menos pensado va a dar un escándalo provocando a Marquina. Muy mal hecho profirió la condesa. Muy mal hecho repitió Gustavo Núñez. Muy mal hecho corroboraron el vizconde de las Llanas y Narciso Luna.
Pues acabo de saber que le han birlado a usted el cargo de coadjutor... Se lo han dado a D. Narciso. ¿Nada más? preguntó sorprendido aún el presbítero. ¿Y le parece a usted poco? exclamó con ímpetu.
Porque D. Narciso, que a causa de su ministerio no podía autorizarse bromas referentes a las relaciones de sexo a sexo, se creía con derecho a soltar las más asquerosas acerca de otras miserias del cuerpo humano. Y las damas ¡caso extraño! las reían y celebraban cual si fuesen ingeniosidades y agudezas portentosas. Dos años después de llegado a la villa había tenido un fracaso.
¿Y este niño es de usted? preguntó uno de los visitantes. No, señor, yo no he tenido nunca hijos; este muchacho es un sobrino de mi marido, hijo de Tomás, que murió hace tiempo. ¿Qué Tomás? preguntó a media voz el interpelante a don Narciso, sin que mi tía pudiese oírlo. Don Tomás Rolaz, hermano de don Ramón, aquel empleado de la contaduría... ¿no se acuerda usted, hombre?
Y volviéndose a sus tertulios, les dijo: Con permiso, caballeros, no tardaré en volver, y que don Narciso juegue por mí. ¡Es vida muy aporreada la que llevo, y no se la doy a mi mayor enemigo! Y don José Antonio se dirigió al estudio, que estaba situado en el patio de la casa. Esperábalo allí un embozado que, al presentarse Areche, se descubrió y dijo cortésmente: Buenas y santas noches.
D. Narciso se sintió herido en lo más vivo de su ser, porque efectivamente hacía todo lo posible por parecerse al magistral, notable orador sagrado. Quedó algunos instantes silencioso y se disponía a contestar, cuando vino a interrumpir el tiroteo la entrada de una nueva señorita llamada Cándida, alta, delgada, enjuta y apretada, de la familia de los bacalaos.
Adquirió el convencimiento de que aquél la tomaba como instrumento para hacer padecer un poco a su ama y tenerla más atenta y sumisa. Tal convicción la empujó de nuevo hacia D. Narciso, a quien hacía tiempo había abandonado; pero éste, que nunca le había profesado gran afición, como a Obdulia, la rechazó sin miramientos. Si embargo, la ex-joven seguía luchando bravamente con D.ª Filomena.
Entre los príncipes del mostrador porteño, el más célebre sin disputa era don Narciso Bringas: gran tendero, gran patriota, nacido en el barrio de San Telmo, pero adoptado por la calle del Perú como el rey del mostrador.
¿Será posible? exclamó mi tía. Sí ha de ser, señora, no le quepa duda; si la mozada que iba en el ejército, era de mi flor. En ese momento se oyeron las detonaciones de algunos cohetes que estallaban a no muy larga distancia. ¡Cohetes! exclamó don Narciso, boletín, ese es boletín!
De aquel pueblo al de San Narciso empleamos todo el día catorce, bien es verdad que dedicamos la mañana á la caza del carabao cimarrón. Para llegar á San Narciso hay que vadear un sinnúmero de veces el Dumalong, no siendo esto lo más malo, y sí el salvar las peligrosas fragosidades del monte de aquel nombre. No hay que soñar siquiera en hacer este trayecto á caballo, y sí en carabao ó en hamaca.
Palabra del Dia
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