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Actualizado: 26 de mayo de 2025


Y cuando alguna de sus muchas amigas necesitaba peinarse artísticamente para asistir a cualquier baile, Manuel Antonio se prestaba galantemente a arreglarle los cabellos, y lo hacía con la misma destreza y gusto que el mejor peluquero de Madrid. ¿Pues y cuando cualquiera de sus amigos se ponía enfermo? Entonces era de ver el interés, la constancia y la suma diligencia de nuestro viejo Narciso.

Sus mismos compañeros, cuando hablaban de él, lo hacían sin dejar de los labios una sonrisa medio protectora, medio burlona. Para las damas, la virtud del P. Norberto no tenía poesía, carecía de ese encanto especial que en otros sacerdotes la hace contagiosa, era una virtud pedestre, que no se traducía en conceptos delicados y sublimes como en el P. Narciso, el P. Gil y otros.

Se les cubrió de sarcasmos, lo mismo al sacerdote que a su hija de confesión, y se hicieron correr por la villa mil chuscadas más o menos ingeniosas a propósito de su viaje. Fácil es de adivinar que quien más trabajó en esta propaganda, aunque de un modo solapado, fue el P. Narciso.

Y no podía menos de admirar a su compañero el P. Narciso, que se pasaba las horas muertas confesándolas con la misma afición que el primer día. No sólo las confesaba, sino que, por uno u otro motivo, siempre estaba entre ellas: unas veces eran las Flores de Mayo, otras la novena de las Hijas de María, otras la congregación de San Vicente de Paul, etc.

¿Y dónde ha aprendido usted tanto, señorita? preguntó D. Narciso, desconcertado ya. Pues lo he aprendido en el catecismo explicado y en los sermones del magistral de Lancia... a quien dicen por ahí que usted imita... pero nada más que en los gestos, ¿sabe usted?

Salieron luego sucesivamente algunas beatas de Peñascosa que declararon en términos vagos que habían observado cierta intimidad desusada entre Obdulia y su confesor, aunque nunca habían pensado mal de ella. También depuso el P. Narciso. Fue una declaración modelo de hipocresía y maldad.

La mujer vana y superficial seguirá pintándose, con arreglo a los cánones que en la moda imperen. Porque también en esto de la pintura existe la moda. Nos lo demuestran unos versos clásicos de la comedia de Calderón de la Barca titulada «Eco y Narciso». « Un tiempo se dieron En usar ojos dormidos; No había hermosura despierta, Y todo era mirar bizco.

La palabra de Ulmus sylvestris, cuando se trataba de algo comprendido en la jurisdicción de la picardía, era sagrada. «Descuida, chico, no faltaba más... Ya me conoces». En efecto, Narciso no lo dijo a nadie, con una sola excepción. Porque, verdaderamente, ¿qué importaba confiar el secretillo a una sola persona, a una sola, que de fijo no lo había de propalar? Sólo lo sabes.

No había mostrador como el de aquel porteño: todo el barrio junto no era capaz de desdoblar una pieza de madapolán y de volverla a doblar como don Narciso; y si la pirámide misma le hubiera querido disputar su amor a Buenos Aires, a la pirámide misma le habría disputado ese derecho.

Mientras uno es joven una mujer de veinticinco años le hace feliz. Cuando lleguemos a viejos acaso una botella de Jerez de igual edad nos haga el mismo efecto. Pero oye dijo una de las chicas del Real-Saludo al oído de su hermana , ¿Narciso Luna es joven? Naturalmente respondió la otra . ¿No has oído que Marcela Peñarrubia tiene veinticinco años?

Palabra del Dia

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