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Actualizado: 26 de mayo de 2025


Cuando no nos domina el tedio nos hallamos en plena catástrofe. Con tu permiso, querido Tristán manifestó Núñez , para el mundo es una comedia muy interesante. El único defecto que la encuentro es que decae un poco al final... del espectador. Para entonces también hay ciertos recursos apuntó Narciso Luna dirigiendo una mirada amorosa a la condesa.

Una vez que descubría el ansiado secreto, aunque fuese la cosa más baladí, recobraba la calma y serenidad, volvía a su ser dulce, pacífico, inofensivo. Algunos sujetos maleantes, como don Martín, el P. Narciso, D. Joaquín y otros, solían embromarla fingiendo algún misterio entre ellos, la atormentaban, le hacían perder el juicio de pura curiosidad.

El P. Gil levantó los ojos y reconoció a la hija de Osuna. La conocía mucho de vista, aunque jamás había hablado con ella. No ignoraba que era penitenta muy asidua del P. Narciso, y aun habían llegado a sus oídos ciertos rumores que rechazó, por supuesto, con indignación. Sin embargo, aquella joven tan aficionada a la iglesia, tan suelta y andariega, no le era simpática.

Si iba a revestirse para decir misa, se encontraba la mayor parte de los días con el armario de las vestiduras cerrado: había que esperar a que D. Narciso llegase para pedirle la llave. Se prescindía de él en las funciones cuando era posible: no le convidaban a los gaudeamus que celebraban. Finalmente, le vejaban de todas las formas y maneras que se les ofrecía. Y no dejaban de ser bastantes.

Dignos sucesores han tenido y tienen para el cultivo de las ciencias históricas en los hermanos Oliver y en el doctor Berlanga; para la poesía, en Narciso Díaz de Escovar, Salvador González Anaya y Ramón A. Urbano, sin contar con los que residen en Madrid de asiento; y para la novela, en Arturo Reyes, que puede ya ponerse al nivel de nuestros mejores novelistas y autores de cuentos.

Y que solían llevar la barba en forma de cola de delfín lo había dicho el mismo autor en un romance de la Musa VI: «Era Alejandro un mocito a manera de la hampa, muy menudo de faiciones y muy gótico de espaldas. Véase antepuesto al apellido, como se anteponen estos otros nombres. Don Guillén de Castro, El Narciso en su opinión, jorn. I: «D. GUTIERRE. ¿Bueno está el bigote? TADEO. Bueno.

No confesaba en Peñascosa sino a media docena de veteranos de la guerra civil. Los demás feligreses se repartían entre los capellanes adscritos a la parroquia: las cuatro quintas partes de las damas confiaban el fardo de sus flaquezas al irresistible D. Narciso. D. Miguel no sentía el menor desabrimiento por esta preferencia.

Mientras duraron las salutaciones, D. Narciso, que estaba arrimado de espaldas al piano, no quitó los ojos de su compañero, unos ojos donde se leían claramente la aversión y el recelo. Sin que el P. Gil la provocara ni aun se diera bien cuenta de ella, existía viva rivalidad entre él y D. Narciso, a quien había arrancado más de la mitad de las hijas de confesión.

Además, debía tener en cuenta que al denunciar a su confesor no le causaba daño alguno; al contrario, el castigo en la Iglesia se considera como un bien, como una justa expiación que, cuando va acompañada del arrepentimiento, redime del pecado y nos libra de las penas del infierno. El pobre D. Narciso ignoraba, a pesar de haberla tratado tanto tiempo, con quién se las había.

Ya ves, tiene ahí a la hija del jorobado. Querrá lucirse. Era especie muy acreditada en la villa que D. Narciso y la niña de Osuna sentían una mutua inclinación, aunque sólo los espíritus heterodoxos y maleantes se atrevían a decirlo en alta voz. D. Narciso era, en verdad, mucho más dado a vivir entre el sexo débil que entre el fuerte.

Palabra del Dia

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