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Actualizado: 26 de mayo de 2025
Fue, como ya sabemos, una de las que contribuyeron a la educación y a la carrera del P. Gil; pero en la deserción que se operó en el rebaño de D. Narciso a la llegada de aquél, permaneció fiel a su pastor. Quizá ayudase a mantenerla firme la huida de Obdulia, de quien ella tenía, según fama, unos celos rabiosos, y por lo visto no le faltaba razón.
Mi tía Medea era gran parroquiana de lo de don Narciso y tenía esa inclinación garrulera, común en ciertas señoras, de departir con el tendero todas las novedades de la crónica del día.
Según la indicación, que se hace al terminar, fué escrito de orden superior, y se representó por vez primera, ante el Rey y la Reina, en el teatro del Buen Retiro. «¡Cuán grande es la harmonía dice Malsburg, de este idilio de Narciso! ¡Es una ópera en palabras! El placer de la música lo sentimos, al oirla sin acompañamiento instrumental alguno.
Mi tía tomó asiento en lo de Bringas con el fin de esperar el anhelado boletín, y como el cadete que había ido en su busca tardase demasiado, don Narciso despachó otro dependiente más, y detrás de él salieron tres o cuatro parroquianos, cuya impaciencia por conocer las nuevas no les permitía esperar.
Obdulia le clavó una mirada colérica; pero templándose súbito, repuso con sonrisa inocente: Usted no tiene nada que envidiarle, don Narciso. ¿Quién no recuerda en la villa los muchos matrimonios que por su mediación están hoy bien avenidos? Sin ir más lejos, todo el mundo sabe que D. Feliciano quería muy poco a D.ª Nieves... y ya ve usted, hoy están como dos pichones.
El P. Narciso era, como ya sabemos, el director espiritual y el ídolo del sexo femenino de Peñascosa.
Pero dentro de aquel sepulcro el espíritu idealista del sacerdote se revolvía incesantemente, luchaba con ansia por salir al aire libre y respirar una atmósfera más pura. El afán de sacudir la lepra que le iba royendo poco a poco le impulsó a estudiar los sistemas de metafísica dogmática antiguos y modernos. Fue una felicidad para él que el obispo hubiese nombrado coadjutor al P. Narciso.
El viaje había sido un verdadero rapto frustrado. La muchacha se sacrificaba. Hacía ya tiempo que él, D. Narciso, tenía sospechas de lo que iba a pasar. El excusador había concebido una pasión sacrílega. La escapatoria estaba concertada desde hacía tres meses, etc., etc. Les llenó la cabeza de viento. La posición que ocupaba como párroco, de hecho si no de derecho, facilitó mucho esta atracción.
En resumen, D. Narciso se sentía minado en los cimientos y temía a cada instante venir al suelo. No es maravilla, pues, que la mirada y el saludo con que acogió al joven presbítero fuesen menos afectuosos de lo que debía esperarse. No recordaba poco ni mucho la amable recepción que San Juan Bautista, maestro querido y celebrado, hizo al joven y divino discípulo que le había de eclipsar en seguida.
Don Narciso subía o bajaba el tono según la jerarquía de la parroquiana: dominaba toda la escala; poseía toda la preciosidad del lenguaje culto de la época y daba el do de pecho con una dama para dar el si con una cocinera. Los tratamientos variaban para él según las horas y las personas.
Palabra del Dia
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